domingo, 20 de mayo de 2018

Lo televisivo de las cabinas


Un hombre cualquiera esquiva trincheras y zanjas en plena Gran Vía por la reforma de la centenaria selva de asfalto.

Las crónicas de un pueblo hablarán del proyecto municipal para aportar a los bípedos viandantes más cancha que a los contaminantes motores del dióxido de carbono. Por ello, la lucha contra el cambio climático se vislumbra en los apeaderos de las futuras bicicletas eléctricas, que son para los veranos azules más allá de la sombra de La Dorada. El sonido de un timbre de bicicleta me alerta de un inesperado mensaje, que hace vibrar el teléfono con la nefasta necrológica: "El director de cine, Antonio Mercero, ha muerto en Madrid". Al levantar la vista de la pantalla me topo con dos operarios, que retiran la última cabina telefónica de la calle. Los botones de los números del teléfono caen desgajados al suelo y, también, el auricular incomunicado se precipita tras soltarse del cable.

El sincronismo entre la noticia y el desmontaje supuso una poética y simbólica despedida, como si fuera un casual plano secuencia. Quizá fue su última genialidad cinematográfica sentado en la grúa de la cámara, mientras ascendía de Madrid al cielo. Y allí en lo alto entonando “Algo se muere en el alma cuando un amigo se va...” El reencuentro con Chanquete me humedeció el lacrimal ante el ataque de tristeza. Desconsolado, busqué un reconfortante antidepresivo en la farmacia de guardia.

Y así un hombre cualquiera se apropia del auricular, antes que quede enterrado bajo los adoquines, para llamar a las musas en caso de urgencia. 

domingo, 13 de mayo de 2018

Lo festivo de los carteles


Un hombre cualquiera se encamina con chaleco, gorra y clavel ajado en la solapa a la pradera de San Isidro de la mano de la chulapa en pijama.

El autobús urbano parece una lata de sardinas, pero lo paradójico de la estampa son todos los gatos que se encuentran dentro. Y todos desembarcan en la plaza del Marqués de Vadillo, que parece un hormiguero con el rumor del organillo, los furtivos vendedores de cerveza y los castizos de origen y de importación. Como la risueña Lili con su mantón de Manila, que le otorga un aire exótico al paso de cebra en la confluencia con Antonio de Leyva. El rasgado de sus ojos delata que conoce las guaridas de los dragones que se guarecen en el corazón de Usera. Pierdo su sonrisa entre la multitud hasta alcanzar la mirada cansada de Almudena, abrazada a una boquiabierta Victoria entre sus brazos. Ambas escalan los peldaños del metro, desde los desbordados vagones de la línea 5. Almudena ha madrugado para llevar a Victoria por primera vez a la pradera. El turno de noche no sabe de festivos, ni los ilusionados hijos de promesas incumplidas.

A medida que la afluencia del suburbano toma los escasos metros libres de la plaza, la marabunta va empujando a cada una de las almas hacia los últimos resquicios de la pradera. Las calles que separan la plaza de la pradera son un herbidero entre colmados, bares y locales de asociaciones sociales. En el local de Izquierda Unida, las britanicas pecas de Gloria abrazan a María, envueltas ambas en una bandera multicolor. Y así por la inercia del caminar se alcanzan los primeros puestos de rosquillas. En el segundo puesto, Manuela, cuyas canas son un lienzo para dibujar las estampas de sus setenta primaveras acudiendo a la pradera, atiende a propios y extraños. A voz en grito bocifera los precios de las listas y las tontas bajo unos frondosos madroños.

Y así un hombre cualquiera atisba un rincón de pradera donde acampar, con su emperatriz berciana, un reino para todos aquellos que protagonizan los carteles de su álbum de recuerdos, a la sombra del pirulí.

Inspiración castiza con Mercedes deBellard