Un hombre cualquiera encuentra su media y anaranjada langosta al partir el calendario en dos equilibradas partes, que se completan y se engrandecen.
Ella es el último mikado de la caja. Ella es la tortilla con el punto perfecto de jugosidad. Ella es la brisa matinal que airea los sueños al amanecer para que comiencen a cumplirse. Ella es la película que nos engancha a pesar de sabernos cada giro del guión. Ella es la croqueta más crujiente de la fuente. Ella es el trébol de cuatro hojas en mitad del picnic. Ella es la dedicatoria que acaricia el alma con la pluma tintada. Ella es la noche de pizza, palomitas y algodón de azúcar.
Ella es la fiesta improvisada que acaba iluminándose con los primeros rayos del sol. Ella es el sueño de una siesta de una tarde de verano en vacaciones. Ella es la tarde de viernes que planea un fin de semana sin lunes en el horizonte. Ella es el azúcar que impregna los dedos tras una merienda frente al kiosko. Ella es la estrella fugaz de Bagdad del Súper Mario. Ella es el no puedo vivir sin ti que suena en bucle sin previo aviso. Ella es la buena noticia que alegra a propios y extraños sin publicarse en diarios, ni boletines radiofónicos. Ella es la obra de arte que se roba por amor.
Y así un hombre cualquiera siempre colorea de rojo festivo el 30 de junio.