domingo, 30 de junio de 2024

Lo cotidiano de los detalles

Un hombre cualquiera encuentra su media y anaranjada langosta al partir el calendario en dos equilibradas partes, que se completan y se engrandecen.

Ella es el último mikado de la caja. Ella es la tortilla con el punto perfecto de jugosidad. Ella es la brisa matinal que airea los sueños al amanecer para que comiencen a cumplirse. Ella es la película que nos engancha a pesar de sabernos cada giro del guión. Ella es la croqueta más crujiente de la fuente. Ella es el trébol de cuatro hojas en mitad del picnic. Ella es la dedicatoria que acaricia el alma con la pluma tintada. Ella es la noche de pizza, palomitas y algodón de azúcar.

Ella es la fiesta improvisada que acaba iluminándose con los primeros rayos del sol. Ella es el sueño de una siesta de una tarde de verano en vacaciones. Ella es la tarde de viernes que planea un fin de semana sin lunes en el horizonte. Ella es el azúcar que impregna los dedos tras una merienda frente al kiosko. Ella es la estrella fugaz de Bagdad del Súper Mario. Ella es el no puedo vivir sin ti que suena en bucle sin previo aviso. Ella es la buena noticia que alegra a propios y extraños sin publicarse en diarios, ni boletines radiofónicos. Ella es la obra de arte que se roba por amor.

Y así un hombre cualquiera siempre colorea de rojo festivo el 30 de junio.

miércoles, 26 de junio de 2024

Lo tórrido del fuego

Un hombre cualquiera observa las llamaradas que definen la línea de la costa entre lo humano y lo infinito.

La expresión arder en deseos es una mecha que se enciende en la noche de San Juan. Deseos, promesas y sueños se desmaterializan en lo embriagador de lo purificado. El calor, que desprenden las hogueras, recuerda al hogar. El fuego, que ilumina las oscuridades, ahuyenta al miedo. El humo, que difumina los horizontes, acerca las metas.


Allí abrazados entre arena, risas y cerveza, su sueño de la primera noche del verano se prende con la estela de una estrella fugaz. Y se empiezan a quemar con un tórrido beso que intercambia su avergonzado carmín con el cosquilleo de su bigote. Sus latidos guían el romance entre inocencias e inseguridades. Un haz de faro que arroja luz ante los cantos de sirena y lo peligroso de los acantilados. Y al final, al abrir los ojos se encuentran. Las sombras muestran lo verdadero de los sentimientos con las luces del alba de la mañana de San Juan.


Y así un hombre cualquiera sabe que algunas ascuas seguirán encendidas a pesar del oleaje de la playa.

domingo, 9 de junio de 2024

Lo reencontrado de las primicias

Un hombre cualquiera se sienta a observar el trajín de las casetas de la feria del libro de Madrid.

Una leve brisa mueve las hojas de un libro abierto; quizás un alma lectora sin cuerpo, pero con una vivaz ansia literaria. El murmullo de compradores y curiosos se entremezcla con las tertulias de carboneros, gorriones y herrerillos. Estos se alzan entre acacias, arces y robles cuyo agitar de hojas recuerdan al lejano mar. A sus pies la playa se escribe entre portadas, sinopsis y dedicatorias. Estás últimas líneas del libro se hacen a mano alzada por inspiración única e intransferible de la lectora hacia el escritor. Lal misma que espera anhelante en la fila a que su ejemplar se convierta en único.


La ávida lectora espera a su turno. Cinco pasos. Seis minutos. Quinientos ochenta y siete latidos. Y, por fin, frente a su autor se encuentran la mirada y la pluma. Él nota su azucarado perfume a mañana de domingo en el hogar. Él percibe el otoñal brillo de su mirada que solea entre la incesante lluvia de noviembre. Él también se pierde entre el retorcido infinito de las tramas azabaches de sus cabellos. Al otro lado de la mesa, ella observa lo afilado de su mordida para cazar al vuelo un buen argumento. Ella advierte lo despistado de su sonrisa ante la tormenta de ideas que ruge entre sus sienes. Ella también siente la fortaleza de su diestra al redactar las últimas líneas de su obra. Ambos se miran y se despiden con la esperanza de reencontrarse nuevamente por primera vez, como cada año.


Y así un hombre cualquiera se retira entre los árboles del parque que seguirán presenciando historias, pero que nunca serán pasto de unas páginas manuscritas.