Un hombre cualquiera asciende por el helio del globo aerostático para encontrar los caminos que dirigen a lo celebrado del calendario en octubre.
Algunas vueltas al mundo no solo duran 80 días, algunas vueltas no necesitan de escalas en Bombay, Hawai, Tijuana y Singapour. Tampoco necesitan de sellos en los pasaportes, porque las constelaciones tatuadas y las estrellas fugaces de Bagdad guían con la fiabilidad de una brújula. Y así las vivencias revolotean por siempre en los cuadernos de bitácora con la inconfundible estela de los pájaros rojos y los pentagramas de canciones desconocidas de los Beatles. Y, de repente, el brillo de la mirada se colorea por un manojo de globos que pintan recuerdos y anécdotas por transmitir al futuro.
Superando el vértigo, que te enseñan las horas de vuelo, la otoñada se descubre a cientos de pies sobre el suelo a bordo de un plegado avión de papel. En lo alto, junto a Bowie y Lennon, la grandeza se encuentra en los pequeños detalles. Allí abajo un desvergonzado 600 surca las postales en busca de la felicidad vivida, que se planea a ras de suelo entre los pliegues de los mapas. Y no importa el destino si los atardeceres se pintan de carmesí y las noches se duermen junto a la soñadora en pijama.
Y así un hombre cualquiera toma tierra, como cada 12 de octubre, para seguir disfrutando de la felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario