domingo, 25 de agosto de 2024

Lo mundano de las conexiones

Un hombre cualquiera recostado sobre la toalla observa la estela de un avión que surca el azul rumbo al sur.

La cabina climatizada le resguarda de la fiebre veraniega, incluso va con la americana puesta por el intenso aire acondicionado. El mandatario ojea el periódico sobre la apertura de la Villa Olímpica para los primeros deportistas del equipo de rugby paralímpico. El capitán del equipo a batir sube a su Instagram una foto a la entrada entre las banderas y con el logo de París 2024 al fondo. Y, además, añade a su perfil una cuenta atrás para la ceremonia de apertura. El mismo reloj que le copia un padre de Ottawa. De hecho, lo ha puesto en el salón para enseñarle, durante los quince días de competición, a su hijo que su discapacidad es una meta a superar. Desde el exterior, el jardinero hondureño le manda un audio a su prima sobre la estampa de amor paternal que ha presenciado.


Al otro lado del WhatsApp, en Tegucigalpa, su familiar recibe el mensaje al conectarse al wifi del hotel, donde trabaja los domingos. Seis mil kilómetros que desaparecen por el mensaje de ánimo ante su deseada maternidad y la poquedad de su cuenta corriente. Cada propina la atesora con ahínco junto a su bolsita de costura. De camino a casa en el autobús se dedica a tejer patucos para su retoño, a partir del tutorial de Youtube de una abuelita británica. La misma que con los pingües beneficios de sus videos online de ovillos, agujas y patrones se costea sus clases de surf en la playa de Rodiles. Y que acaba de clavar la tabla a escasos dos metros de un hombre cualquiera.


Y así un hombre cualquiera se va de camino a la casa rural para disfrutar de un afuega’l pitu con un pan de la Portalina de Villaviciosa y disfrutar de una sesión de cine con Babel de González Iñarritu.


domingo, 18 de agosto de 2024

Lo reluciente del agua

Un hombre cualquiera aprovecha el calmado instante tras la tormenta.

El sueño de una siesta de verano de la pequeña Anne le desperezó sedienta y empapada. ¡Menuda paradoja! Así que se deshizo de su camiseta y se fue al grifo de la cocina. Descalza y algo somnolienta consiguió acercar la silla a la pila y escalar hasta aquel manantial artificial. Desde su perspectiva, el grifo quedaba alineado con la montaña, que se veía a través de la ventana. Sonrió al recordar que su abuelo le había explicado que el agua venía de allí. Pero allá, en la montaña, las nubes oscuras impiden ver el horizonte. Rápida y sin perder tiempo llenó su vaso por miedo a que la oscuridad agotara el agua. De repente un húmedo aroma empezó a invadirlo todo. Era la calma antes de la tormenta. Era el aviso antes de las turbulencias. Era el petricor que acababa de descubrir, aunque aún tardaría varios años en conocer ese concepto.


Enmarcada, Carol Díez Once

Aquel aroma embriagó a Anne hasta que unos rugidos y alaridos le sacaron de su éxtasis. Los mismos que cada noche salían de su armario, pero tras acercarse a su habitación descubrió que no provenían de alli. Los monstruos estaban fuera sobre las nubes. Entonces, la pequeña aprovechó para cerrar las ventanas para no dejarles entrar. Sus rugidos y alaridos metálicos atronaban todo el valle y aunque le infundían respeto, ya no le asustarían por las noches. Sus rayos y centellas dejaron de impresionarle, incluso le acabaron gustando como una especie de fuegos artificiales. Al otro lado de los cristales las primeras gotas salpicaron el alféizar y en unos segundos una cortina de agua lo mojó absolutamente todo. En un parpadeo las precipitaciones se frenaron, la tormenta se calmó y las nubes se disiparon. El sol devolvió la luz y lo reluciente del agua mostró una realidad nueva, limpia y colorida. El arco iris enmarcó la superación de Anne. Perdió algo de su inocencia, pero ganó valentía para enfrentarse a los monstruos imaginarios y, también, a los de carne y hueso..

Y así un hombre cualquiera descubre que los reflejos colorean la oscuridad.

domingo, 11 de agosto de 2024

Lo milagroso del celuloide

Un hombre cualquiera encuentra un banco  a la sombra para descansar en las postrimerías de la Calle Alcalá.

La mañana del domingo huele a café, churros y tostadas desde la barra del Nebraska. Los aromas se entremezclan con el ir y venir de los desayunos de propios y turistas. Y en el kiosko de enfrente las noticias se venden al peso y la sed se raciona por un par de euros el litro. La extraordinaria cotidianidad dominical se desarrolla ajena a la eterna carrera que se compite sobre el azul de Madrid. La misma que se proyecta sobre la pantalla de la acera con un clásico, una de romanos. Una escena congelada en pleno verano.   


'Una de romanos', M.G.L.


El increscendo de los decibelios callejeros esconde las pequeñas historias que conforman el todo. Un joven desaliñado pierde ante la gravedad y su ejemplar de los Santos Inocentes choca contra el suelo. La onomatopeya resuena con un cortante sonido de claqueta. ¡Acción! A la salida del bar, una pareja de amantes de provincias apuran su escapada a la capital, disimulada con un falsificado “viaje” de trabajo. Se cruzan con una maestra, en pleno proceso de asimilación de su nueva vida de jubilada, ensimismada dentro de una guía de viajes. De hecho, la brisa abanica las hojas hasta llegar a la página de Zugarramurdi. Tras ellos, la escoba del barrendero deja paso a un hombre canoso y encorbatado de camino al Prado. Los nervios le aprietan el paso para llegar a su cita a ciegas frente al retrato de la condesa de Chinchón, que hará las veces de Celestina. Y a doce metros sobre sus almas, Julia porta una maleta con 300 millones de pesetas. Su huída se enmarca en el punto de mira de la escopeta de Ramona; justo antes de precipitarse sobre la eternidad cinematográfica del celuloide. A ras del suelo comienza a sonar su réquiem, que lo ejecuta con maestría un payaso hasta convertirlo en una balada triste de trompeta. ¡Corten!


Y así un hombre cualquiera se vuelve a casa para resucitar con el milagro del Blu-ray a la inolvidable Terele Pávez.

domingo, 4 de agosto de 2024

Lo terrenal de los paganos

Un hombre cualquiera sueña con peregrinar a la divina Nápoles.

El calor de la media tarde se extiende por callejas y plazuelas. Una especie de laberinto adoquinado de los infiernos de Dante. Ni la cercanía del mar da tregua al caluroso verano del Mediterráneo. Sofía busca alguna brisa desde el altar de su ventana. Sin embargo, su divinidad pagana despierta los altos instintos de los termómetros, que se acaloran con sus cinematográficos escotes. Una fiebre avivada por las décimas de su luminosa sonrisa, made in Hollywood.


'L'Altare', Susana Paredes



Frente a su ventana, tras unos aterciopelados visillos, la beatona de su vecina escudriña, a través de unos católicos ojos, su esbelta y pecaminosa figura. En la penumbra, atesora su desgastado rosario por Ave Marías y Padrenuestros, mientras farfulla agravios e injurias que sobrepasan la moral de su mirada. Una mirada que mezcla realidad y ficción. Tras el primer amén susurra un imperceptible, ¡ladrona de taxistas!. Con el siguiente amén, ¡meretriz napolitana!. Al tercer amén le sigue un ¡sucia inmigrante rusa!. Después, ¡hechicera! Al quinto amén. ¡Fresca de mil pretendientes! Otro amén. ¡amante de curas!. Tras el próximo. ¡Fulana de gangsters!. Al octavo, ¡amiga de invertidos!. Con el siguiente, ¡libertina de portadas!. Y al décimo amén exhala un ¡viuda indomable!. No puede seguir. La ira de la vecina se suma al acalorado ambiente estival. Sus plegarias son pasto de unas infernales llamas por una certera combustión espontánea. Los bomberos, tras apaciguar el incendio, acaban regando el altar de Sofía para avivar las terrenales creencias, que equilibran el purgatorio entre el cielo y el infierno.


Y así un hombre cualquiera se despierta acalorado tras la improvisada siesta.