Un hombre cualquiera recostado sobre la toalla observa la estela de un avión que surca el azul rumbo al sur.
La cabina climatizada le resguarda de la fiebre veraniega, incluso va con la americana puesta por el intenso aire acondicionado. El mandatario ojea el periódico sobre la apertura de la Villa Olímpica para los primeros deportistas del equipo de rugby paralímpico. El capitán del equipo a batir sube a su Instagram una foto a la entrada entre las banderas y con el logo de París 2024 al fondo. Y, además, añade a su perfil una cuenta atrás para la ceremonia de apertura. El mismo reloj que le copia un padre de Ottawa. De hecho, lo ha puesto en el salón para enseñarle, durante los quince días de competición, a su hijo que su discapacidad es una meta a superar. Desde el exterior, el jardinero hondureño le manda un audio a su prima sobre la estampa de amor paternal que ha presenciado.
Al otro lado del WhatsApp, en Tegucigalpa, su familiar recibe el mensaje al conectarse al wifi del hotel, donde trabaja los domingos. Seis mil kilómetros que desaparecen por el mensaje de ánimo ante su deseada maternidad y la poquedad de su cuenta corriente. Cada propina la atesora con ahínco junto a su bolsita de costura. De camino a casa en el autobús se dedica a tejer patucos para su retoño, a partir del tutorial de Youtube de una abuelita británica. La misma que con los pingües beneficios de sus videos online de ovillos, agujas y patrones se costea sus clases de surf en la playa de Rodiles. Y que acaba de clavar la tabla a escasos dos metros de un hombre cualquiera.
Y así un hombre cualquiera se va de camino a la casa rural para disfrutar de un afuega’l pitu con un pan de la Portalina de Villaviciosa y disfrutar de una sesión de cine con Babel de González Iñarritu.