jueves, 15 de noviembre de 2012

Lo duplicado de lo literario



Un hombre cualquiera corre ansioso por el andén, haciendo que su maleta vuele por los impulsos de su carrera, hasta alcanzar la entrada al vagón en el literario momento que el último pitido anuncia la salida de la estación.

El vagón estaba a media entrada, como las gradas en un partido intranscendente de la mitad de la tabla, lo que permitía asientos dobles para todos los pasajeros al precio de un único billete. Tras un reconocimiento de supervivencia sobre las salidas y el holgado espacio vital extraordinario en la clase turista, un hombre cualquiera se acomoda y guiado por el marca páginas continúa con la lectura de 'El hombre duplicado' del camarada Saramago. Justo en ese mismo instante, los altavoces anuncian un problema técnico que retrasa el viaje en ambas direcciones, produciendo un rebotado eco de impaciencia entre los viajeros propios y los paralelos del palíndromo de la vía dos con destino desconocido. 

La incertidumbre sobre las cuestiones técnicas siempre inducen al cruce de miradas en busca de respuestas con los igualmente ignorantes compañeros de viaje. Durante la inútil exploración, un hombre cualquiera va familiarizándose con las caras del resto de billetes y a través del cristal con los desconocidos del convoy vecino. En su peculiar juego del quién es quién, un hombre cualquier descubre que el viajero del asiento al otro lado del pasillo guarda una similitud milimétrica con un viajero del sentido contrario. La curiosa coincidencia le incita a buscar las razones sobre los parecidos: vinculaciones familiares, un experimento científico secreto, dos gemelos separados en su infancia, una coincidencia genética desconocida, una operación de cirugía premeditada... En la absorta cavilación, un hombre cualquiera baja la mirada y encuentra la respuesta en sus manos. 'El hombre duplicado'.

Y así un hombre cualquiera se convierte en extra de las historias que lee por su implicación en los hechos a través del transporte narrativo.

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