viernes, 15 de mayo de 2020

Lo confinado de los carteles


Un hombre cualquiera se encamina  a la ventana con chaleco, gorra y un clavel ajado en la solapa de la mano de la soñadora en pijama.

El autobús urbano avanza, prácticamente, vacío por la avenida; ni cuatro suman los gatos que se han subido al transporte público; que otros años a estas horas está atestado. Al llegar a la parada de la plaza de Marqués de Vadillo impresiona el silencio sin organillo y la ausencia de los furtivos vendedores de cerveza castiza y de importación. La celebración se extiende por todo la ciudad ante la cancelación de las celebraciones por el virus. Adentrándose en el alma de Carabanchel, la risueña Lili aprovecha el sol del mediodía para enrojecer las escamas de su dragón tatuado, como recuerdo de las guaridas de Usera, y del regalo del tatuador con acento latino, ahora compañero de terraza y alquiler desde la aplicación del estado de alarma. Y parece que la mezcla de culturas dibuja bocetos en tinta indeleble. Hacia el este, frente a la parada de Villa de Vallecas, Victoria y Almudena, ataviadas con guantes de látex, mascarillas y claveles en el pelo, pasean desde la panadería a casa con una empanada y unas rosquillas para celebrar el día desde su balconcillo. Se hacen un selfie con las fachadas engalanadas del barrio y, sobre todo, por su curiosa estampa de chulapas. Sus sonrisas se adivinan bajo las mascarillas, que Almudena consiguió de estraperlo en su trabajo en la residencia, dónde todo está más tranquilo por fin.

La marabunta de cabezas, gorras y pañuelos ha tomado las videollamadas entre amigos y familiares, ante el cierre por fuerza mayor de la pradera y, también, de los bares y los locales de las asociaciones sociales. De hecho, Gloria y María, antes de las doce y media, entran a la llamada grupal de “Izquierda Unida confitada”. Allí enseñan orgullosas el test de embarazo positivo de Gloria  y el resto de miembros promueven un jolgorio ensordecedor con un brindis grupal por el tintineo de sus botellines, sus vítores y sus aplausos. El mismo sonido de aplausos que atronaron la corrala de Manuela a la hora del vermut. La ovación de sus vecinos en agradecimiento a los paquetes de listas y tontas que había preparado y colgado de los picaportes de sus puertas a primera hora de la mañana. Ella emocionada, desde su puerta, les agradece, a su vez, el gesto y les confiesa que es la primera vez que no puede ir a su pradera en 72 años y que se ha quedado sin cartel de las fiestas para su colección. Aún le aplaudían cuando la chica de la buhardilla, Mercedes, debidamente protegida, salió de su casa y se acercó a la puerta de Manuela. Le regaló un boceto de la corrala, negro sobre blanco, sobre el que había escrito en rojo 'San Isidro 2020'.

Y así un hombre cualquiera acerca su vaso, junto con el de su emperatriz berciana, a la cámara del ordenador para brindar con los amigos de la pradera prohibida.


Inspiración castiza con Mercedes deBellard

¿Te acuerdas de otros San Isidro?






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