lunes, 18 de mayo de 2020

Lo inconfundible de los extraordinarios (7º caso práctico)


Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con humanos extraordinarios y hombres inconfundibles entre los modernos de Malasaña y los señores del Bodegón.

La libertad de las almas que no entienden de fronteras, ni banderas, conocen, verdaderamente, los secretos que se agazapan tras la línea del horizonte. El caso más singular lo representa el fan de los festivales. Él viaja con la música de un lugar a otro con el ritmo que marcan sus huellas sobre el pentagrama. Anota ciudades sobre el mapamundi, que convierte en un pañuelo para plegar, a su antojo, los puntos cardinales para su próximo viaje.

Los cristales de sus gafas conocen a la  perfección las tonalidades que diferencian el azul del mar y el celeste del cielo. De hecho, ha conquistado el cielo de Madrid caminando a ocho metros y medio sobre el suelo. Ha surcado los pasos de cebra compuestos de versos sobre el tiznado asfalto. Ha imaginado a osos de peluche pilotando aviones. Ha amarrado fuertemente sus recuerdos con varios lazos a la muñeca. E, incluso, ha desfilado abrazando un corazón tatuado de leopardo, junto a una orgullosa Manuela, sobre la carroza de la Cibeles

Y así un hombre cualquiera espera seguir viajando al ritmo de las músicas que caracteriza a lo inconfundible de los extraordinarios.

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