Un
hombre cualquiera siente el latir de Lorca al leer sus escritos, que palpitan a
cuneta abierta.
La
obra del poeta granadino sigue resucitándole cada vez que alguien se emociona
con sus versos y su historia. Así ha alcanzado la eternidad, que se aloja en la
memoria de los que recuerdan el pasado. En el caso de Lorca, los pulsos que se
convertían en versos reviven en cada clase de secundaria, en cada lector de
biblioteca y en cada escritor que se inspira en su obra. Incluso le han
propuesto como candidatura póstuma al Nobel de Literatura. Sin embargo, aún
nadie le puede rendir homenaje ante una tumba, un nicho o un monumento
funerario. La sinrazón fascista lo mató y lo enterró para que lo olvidaran. Y
los que gobernaron después se olvidaron de darle sentido a su injusta muerte.
Allá
en tierra extraña al norte de la Gran Manzana, Federico García sí está enterrado. Una lápida, fechada en 1945, le recuerda y una parte del poeta se
encuentra enterrado con honores en suelo americano. Muerto de pena por un
exilio forzado Federico García Rodríguez, el padre de Lorca, buscó en las
orillas del Hudson al hijo que perdió, al poeta que callaron y a la grandeza
del hombre que se asomaba sobre las azoteas de los rascacielos. Y allí sigue
habitando aquel poeta en Nueva York. Al menos al otro lado del charco, intentan
mantener su memoria. Como el alcalde de Nueva Jersey, que ha decidido
conmemorar al autor estableciendo el 5 de junio como el día de Federico García
Lorca.
Y
así un hombre cualquiera envidia a los escritores, músicos y artistas que
habitan eternamente en el recuerdo, a través de sus obras.
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