Un hombre cualquiera observa a un anciano con un estuche de piezas de dominó sobre una mesa del parque.
La soledad del hombre le impide comenzar una partida con alguien. Así que toma las piezas y comienza a colocarlas de pie sobre la mesa con una pacífica forma, inspirada en el “Imagine” de John Lennon. Que, por cierto, suena de fondo entre las cuerdas de unos aprendices de guitarra. El cuarto creciente de piezas se encamina a la medialuna y, lento pero seguro, a la luna llena. Después comienza a rellenarlo hasta conseguir el icónico símbolo de la paz.
La calma de la sombra de los robles le permite elevar la mirada al azul. Una búsqueda inconcreta o una meditada llamada de atención para la intercesión divina. No recibe respuesta. De hecho, las cuerdas de guitarra se silencian y unos bélicos tambores afloran sobre el tablero. Una a una las piezas van precipitándose sobre la siguiente, hasta que las ruinas asolan el ajedrezado campo de batalla. El jugador solitario echa una última mirada a la mesa y huye entre los árboles hacia otras mesas fronterizas para probar el efecto dominó.
Y así un hombre cualquiera se acerca a la mesa y entre la devastación se lee con esperanza: ¡Gaza!
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