Un
hombre cualquiera busca inspiración entre el amasijo de letras y
papel de una oscura librería del centro.
El
establecimiento no estaba muy concurrido. El librero con un aspecto
ochentero despachaba con fruición, mientras recolocaba ejemplares
por la tienda. Varios de los clientes, después de dar varias
vueltas, se acercaban al dependiente al que le pedían sigilosamente
- tabaco de batea -. Él les entregaba un paquete envuelto y ellos,
tras pagar, se despedían, con un - Gracias, Sito -. Sorprendido
levemente, pensé que eran conocidos o que les guardaba algún
pedido. Sin más, salí de la librería y seguí paseando calle
abajo.
Dos
manzanas más cerca del mar, encontré otra librería. Me adentré
por su portezuela de madera roja. Saludé a la dependienta y me
quedé frente al mostrador olisqueando una mesa con portadas de
diversos ejemplares. Una pizpireta clienta se acercó con las manos
vacías a la librera y, para mi asombro, le pidió - ¿tabaco de batea? -. Dejé que marchara y me acerqué sediento de curiosidad a la joven
que atendía. - Perdone, quería tabaco de batea -. Se agachó y sacó
un paquete envuelto en papel de estraza y con la cifra del precio a
lápiz en el dorso. Pregunté - ¿Aceptan tarjeta? -. Ella hizo una
mueca al decir - Para este producto no, sólo efectivo -. Rebusqué
en el bolsillo y le aboné, torpemente, la pingüe cantidad. Cómo
vio mi ansiedad por abrirlo, me alertó. - Aquí no lo abra, por
favor -. Me despedí con un involuntario, - Gracias, Sito -. Ella me
sonrió. Rápidamente me metí en el primer bar que encontré y me
pedí, atropelladamente, un café con leche, mientras abría mi
producto de estraperlo.
Y
así un hombre cualquiera ayudó a liberar un ejemplar más de
“Fariña” de Nacho Carretero del injusto secuestro judicial.
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