Un hombre cualquiera acude a una sucursal bancaria en una particular busca del tesoro ante la muerte anunciada de estos locales de crédito.
Las mesas de los banqueros se disponen alrededor con dos sillas para el público, un bolígrafo amarrado con una cuerdecilla y un fluorescente colgado a la altura exacta para alumbrar lo volátil de los billetes y lo terrorífico de los números rojos. El día corría sin prisa y sin incidentes. Algún jubilado para revisar sus ahorros, la dependienta de la panadería en busca de cambio y el administrativo de la gestoría para conseguir unos extractos de las comunidades de vecinos. Lo normal.
Al otro lado de la puerta acristalada acudió el siguiente cliente. Allí se plantó con sus apretados pantalones azules, a juego con su elástica de manga larga. También de color azul. Sobre el pecho aparecía algún tipo de logotipo. Y la brisa de la mañana le daba un aire épico al blandir su enrojecida capa, en el mismo color que su slip amarrado por encima del pantalón. Obviamente, al entrar llamó la atención de todos los presentes, pero todos volvieron a sus quehaceres. El vigilante de ausente cabellera y vestimenta oscura le señaló su acreditación para demostrarle que no era Lex Luthor con una sonrisa cómplice. Y el supuesto héroe se acercó a la ventanilla con su DNI para sacar un par de billetes de veinte euros. Y abandonó sin pena ni gloria la sucursal. Un par de locales más allá, el hombre disfrazado repartía publicidad de un nuevo gimnasio para súper hombres.
Y así un hombre cualquiera sufre la desilusión de presenciar como Superman no combate los intereses, los plazos fijos y las mega fusiones de la banca.