Un hombre cualquiera se encuentra con humanas extraordinarias y mujeres inconfundibles, iluminadas por las estrellas de Salamanca y bajo el azul que acaricia las copas de los madroños y las azoteas.
"La más tierna historia de amor que hubo y habrá" se abraza en un romántico baile de la victoria. Siempre siguiendo el ritmo de los acordes de una guitarra, enmarcada por un pentagrama al calor de la clave de sol de agosto. La protagonista de esta historia de idas y venidas a la Galia es la mademoiselle del vestido burdeos. Rimmel en las pestañas para admirar, tacones para romper el techo de cristal y un bolso grande, marca Poppins, para llenarlo de 'porsiacasos'. Aunque la verdadera belleza y fuerza está en el interior. Ella sola se basta para olvidar el vértigo del acantilado y zambullirse en el mar convertida en sirena. Acerca las antípodas al marcar el botón de una videollamada con la huella dactilar del corazón. Y compone con el tintineo de los brindis una improvisada melodía con los recuerdos compartidos.
Sus cálidos abrazos reconfortan como el humeante corazón de una tetera en las tardes frías. Sus risas se contagian para inmortalizar la felicidad encontrada en los positivos de las fotografías. Y sus lecciones enseñan con la perfecta pluralidad de los acentos mestizos. Y, además, atesora una pócima, mejor que la de Astérix y Obélix, con la que mantener el espíritu de la juventud, que el calendario no se cansa de intentar arrebatarnos.
Y así un hombre cualquiera descorcha un reserva de Burdeaux para degustar futuros recuerdos que caracteriza a lo inconfundible de las extraordinarias
¿Recuerda más extraordinarias inconfundibles?
Capítulo I: Fílmica norteña
Capítulo II: Mecenas del Quijote
Capítulo III: Forzuda equilibrista
Capítulo IV: Alumbrante de historias
Capítulo V: Soñadora en pijama
Capítulo VI: Aventurera de las siestas
Capítulo VII: Irónica politóloga
Capítulo VIII: Conversadora berciana
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