jueves, 13 de septiembre de 2018

Lo versado de la eternidad



Un hombre cualquiera siente el latir de Lorca al leer sus escritos, que palpitan a cuneta abierta.

La obra del poeta granadino sigue resucitándole cada vez que alguien se emociona con sus versos y su historia. Así ha alcanzado la eternidad, que se aloja en la memoria de los que recuerdan el pasado. En el caso de Lorca, los pulsos que se convertían en versos reviven en cada clase de secundaria, en cada lector de biblioteca y en cada escritor que se inspira en su obra. Incluso le han propuesto como candidatura póstuma al Nobel de Literatura. Sin embargo, aún nadie le puede rendir homenaje ante una tumba, un nicho o un monumento funerario. La sinrazón fascista lo mató y lo enterró para que lo olvidaran. Y los que gobernaron después se olvidaron de darle sentido a su injusta muerte.

Allá en tierra extraña al norte de la Gran Manzana, Federico García sí está enterrado. Una lápida, fechada en 1945, le recuerda y una parte del poeta se encuentra enterrado con honores en suelo americano. Muerto de pena por un exilio forzado Federico García Rodríguez, el padre de Lorca, buscó en las orillas del Hudson al hijo que perdió, al poeta que callaron y a la grandeza del hombre que se asomaba sobre las azoteas de los rascacielos. Y allí sigue habitando aquel poeta en Nueva York. Al menos al otro lado del charco, intentan mantener su memoria. Como el alcalde de Nueva Jersey, que ha decidido conmemorar al autor estableciendo el 5 de junio como el día de Federico García Lorca.

Y así un hombre cualquiera envidia a los escritores, músicos y artistas que habitan eternamente en el recuerdo, a través de sus obras.