Un hombre cualquiera saca del congelador la terrorífica biografía del vampiro de Bram Stoker.
'Home', Ana Arias |
Un hombre cualquiera saca del congelador la terrorífica biografía del vampiro de Bram Stoker.
'Home', Ana Arias |
Un hombre cualquiera busca en la cartelera películas de Tim Burton para refrescarse entre las sombras.
Tras pasarse media vida entre rotos y descosidos, se zurció un acerico con forma de corazón para clavarle agujas. Aquel vudú de andar por casa, le sirvió para pudrirle un órgano cansado de latir sin correspondencia. Incapaz de colorear su blanquecina tez, que acompañaba a su amortajada vestimenta de negro. Enlutada sin pésame, plañidera sin lágrimas. Un realista personaje de Tim Burton, al que le habrían venido de perlas las manostijeras para cortar patrones o la espada del jinete sin cabeza para igualar los bajos de los pantalones.
Ella, consciente de su sombría personalidad, aprovechaba la oscuridad de los templos, las horas enviudadas de sol y el terciopelo negro de las butacas para mimetizarse con la negritud. Y allí en la sala de cine era el lugar donde cambiaba el pálido de la pantalla por el Technicolor. Sin reanimación artificial descubrió sístoles y diástoles hasta entonces ensordecidas, que le enrojecieron las mejillas al cruzar miradas con el hombre del extremo de la fila de butacas. Al encenderse las luces, el hombre del colorido chaleco le regaló un pincel para pintarse de alegría la tristeza. Ella saco del bolsillo su acerico. Arrancó las puntiagudas agujas y alfileres y, tras enhebrar un hilo carmesí, cosió las cicatrices del tiempo.
Y así un hombre cualquiera consigue la palidez veraniega de Víctor Van Dort tras un ciclo de películas de Burton.
Un hombre cualquiera se sorprende dibujando un oasis sobre una imagen de la pirámide del Louvre.
La ya no tan pequeña Amélie posa con capa y chistera junto a la acristalada entrada del hogar de la Mona Lisa. Fermín y Margot le han inculcado la devoción por Arsene Lupin. Y aprovechando las vacaciones estivales se recorren el París de Maurice Leblanc para robar cientos de instantáneas para el recuerdo. Margot, convertida en directora de fotografía, coloca y dirige a la pequeña. A unos metros, Fermín sonríe y con silenciosas señas hace sus propias indicaciones para no despertar a la pequeña Edith, que duerme dentro del fular de porteo.
Sobre sus cabezas la aviación francesa desplegaba la tricolor con el lejano rumor de la marsellesa desde los campos Elíseos. Alzan la miranda para avistar los aviones que se pierden rumbo al norte. A ras de adoquines la familia parte hacia el metro con sus pañuelos de San Fermín al cuello, la chistera rebotando sobre la cabeza de la hermana mayor a cada salto y sus sombras borrando las huellas de sus zapatos para inspirar una nueva historia de Lupin.
Y así un hombre cualquiera termina su improvisado boceto al rellenar con palmeras la explanada que se extiende ante el reflejo de la pirámide.
Un hombre cualquiera se encuentra con humanas extraordinarias y mujeres inconfundibles entre los acordes del blues y el tintineo de las varillas.
Lo inconfundible de las extraordinarias se encuentra en los pasos firmes del batallón de la teniente con rizzo. Su estética marcial se intuye en su mirada coloreada de verde camuflaje, su hoyuelo en la barbilla esculpido en el fragor de la batalla y su cuidada instrucción en campos de entrenamiento sembrados de mandrágora. Sus estrategias militares las escribe de su puño y letra, cómo metraje de novelas por conquistar, y los presupuestos de las emboscadas los cuadra con complicados cálculos matemáticos.
Las victorias las brinda con un Ribera del Duero de confianza de su sumiller personal y sus incursiones de reconocimiento han llegado hasta la misma puerta de la casa de Björk y, también, a las gradas imperiales del Coliseum. Su corazón enrojecido palpita vivaracho bajo sus galones, que en nada envidian en altura y brillo a los del propio Napoleón. Nacida de la masa madre, tiene arraigadas sus raíces y tomada la medida de los fusiles para cargarlos con pacíficos claveles.
Y así un hombre cualquiera espera seguir firmemente la corneta que marca a lo inconfundible de las extraordinarias.
¿Recuerda más extraordinarias inconfundibles?
Capítulo I: Fílmica norteña
Capítulo II: Mecenas del Quijote
Capítulo III: Forzuda equilibrista
Capítulo IV: Alumbrante de historias
Capítulo V: Soñadora en pijama
Capítulo VI: Aventurera de las siestas
Capítulo VII: Irónica politóloga