lunes, 20 de agosto de 2018

Lo laureado de la eternidad

Un hombre cualquiera consigue la eternidad al convertirse en César de la antigua Roma.

El sol del mediodía iluminaba las sienes. Las que atesoran las instantáneas de cuando sólo eran aspirantes al coro del Gaudeamus Igitur. Hoy, aquellas sienes son abrigadas con los laureles de otra victoriosa batalla. Todo un honor. El honor de la laureada corona que reside, no en su valor, sino, en las manos que la imponen. Las manos de un ejército de élite forjado en la atlántica Gallaecia, donde se encuentra el fin del mundo...

O, quizá donde se encontrar la gloria de Roma. Aquella que se paladea en el vino de Baco y se vitorea desde las gradas del Coliseum. Y, sobre todo, la que se enmarca en las viñetas épicas, que se firman con la tinta que escribe nuestra Historia.Los que lo recordarán, te saludan.

Y así un hombre cualquiera vuelve de madrugada, dibujando con la sombra de su toga los pasos que marcan el camino para regresar al Finis Terrae.

jueves, 9 de agosto de 2018

Lo reflejado de lo cinematográfico

Un hombre cualquiera revisa el libro de 1000 películas que ver antes de morir y... le faltan títulos.


El cine es un instrumento que refleja nuestros miedos, nuestros avances y, al mismo tiempo, es un medio de divertimento y un pasatiempo con moraleja. Los trabajadores saliendo de la fábrica, que grabó Lumière, nos enseñaron la alienación social; Hitchcock nos mostró la importancia del suspense; y Tarantino que las historias se pueden contar desde diferentes puntos de vista. Así, el cine progresó de la imagen al sonido, de la escala de grises al Technicolor, de la cámara fija a los planos imposibles y de la pura realidad a los efectos especiales. Y cuando todo estaba inventado recuperó sus inicios sin sonido y sin color, The Artist, para demostrar la necesidad de adaptarse a los tiempos modernos; siempre hay que progresar.


Lo que los sueños alcanzan solo lo puede proyectar el cine. Una guerra intergaláctica, regresar al futuro, rescatar a gladiadores antes de acariciar el trigo y así todas las historias que el haz de luz ha grabado en tu memoria. Unas historias que te sorprenden con amanece que no es poco o que te llevan a descubrir una isla mínima. Pero toda historia, absolutamente todas, se narra con un único y complejo material: los sentimientos. Un espejo sobre nosotros mismos. Desde la más tecnológica obra cinematográfica hasta el segundo peor corto amateur, cómo el síndrome de Estocolmo, se basan en el amor, el odio, la alegría o la tristeza. Y solo los espectadores saben discernir lo que el proyector remueve en las entrañas. Quizá por eso en Hollywood han decidido que los premios Oscar cuenten a partir de ahora con la categoría a la película más popular. Que no será la mejor, pero sí la que ha gustado a más gente.


Y así un hombre cualquiera imagina la eternidad como una sala de cine donde revivir, paradójicamente, cada película.