miércoles, 11 de septiembre de 2019

Lo cinematográfico de los turistas


Un hombre cualquiera otea lo divino de las alturas y lo insignificante de lo humano desde la azotea del Empire State.

Distraída mirando el móvil, la mujer de tez pálida y melena dorada obviaba las vistas de los ventanales, como si se tratara de un inerte trampantojo. Ella con su estiloso vestido color camel parecía salida de una película de los años 30. Quizá era por el vuelo de su falda o, también, por el recatado escote que vestían las curvas de aquella convulsa década. O quizá era la incidencia del tungsteno sobre su perfil, pero guardaba un asombroso parecido con Ann Darrow.

Ella parecía nerviosa, como esperando a alguien que no acababa de llegar. De hecho, su oscilante vaivén materializaba sus nervios, haciéndole retroceder unos centímetros hasta toparse con una mano descomunal a su espalda. Accidentalmente quedó encajada entre aquellos dedos, mientras era observada tras los cristales por los ojos curiosos de aquel voyeur improvisado. Al intentar zafarse de la trampa tocó la peluda extremidad y el miedo se hizo patente en sus asustados ojos, que acabaron por cruzarse con los de él. Se le cortó la respiración unos segundos, pero aguantó sin gritar. Tan solo lo que tardó en coger aire para convertirlo en un magnífico alarido. A 80 pisos bajo sus pies sintieron su miedo y, unas décimas de segundo después, también sus carcajadas. Y las de todos los turistas de la planta. Aquella rubia despistada se había topado con King Kong. Más bien con una recreación para disfrute y, por lo visto, susto de los visitantes del icónico monumento neoyorquino.

Y así un hombre cualquiera disfruta de los escenarios de película que construyen la ciudad que roza las estrellas desde sus azoteas.


sábado, 7 de septiembre de 2019

Lo escondido de las bambalinas

Un hombre cualquiera absorto por el Super Trouper de ABBA atraviesa un barrio vacacional camino al atardecer.

La imagen del barrio parecía una instantánea del Show de Truman. El césped perfectamente recortado, los rayos del sol reflejando en el blanco de las vallas y el cielo limpió de nubes sobre las buhardillas repletas de recuerdos enterrados entre cajas. La calle estaba regulada a treinta kilómetros por hora, convirtiendo a  los coches en un travelling a cámara lenta para filmar la perfección del vecindario. Desde la primera casa, donde las lámparas de las cocinas iluminan las vidas tras las ventanas, se proyecta el sueño americano de una película made in Hollywood.

El indiscreto espectador observa las sonrisas Profident y los mandiles inmaculados, pero en sus miradas se agazapa lo que esconden tras los marcos de las miradas. La mesa de la cocina expone el hormiguero artificial sobre el que el niño vierte licor para emborrachar a sus insectos. Tras él, la madre cierra la puerta de la despensa para buscar otro ansiolítico, escondido en el bote de la harina. De repente, la hermana mayor aparece entre las cortinas de la habitación de arriba, donde prepara su videocámara a la hora de la ducha de la vecina. Y de vuelta en la cocina, el padre en primer plano sonríe, mientras filetea aquella masa de carne que atropelló, supuestamente, de forma accidental la noche anterior. Aquel terrorífico thriller termina al sobrepasar la valla del jardín del vecino. Allí, una sutil brisa mueve las oscuras bambalinas, dónde se esconden los trapos sucios de la siguiente casa, lejos de las felices imágenes de Instagram. Y así una casa tras otra hasta llegar a su alquilado hogar por Airbnb.  Por el retrovisor al entrar al garaje, su vecino de enfrente, un doble de Kevin Spacey, le saluda haciendo pesas desde su gimnasio improvisado.

Y así un hombre cualquiera sonríe al apagar la música que entona el "there are moments when I think I'm going crazy".


  la hermana mayor subiendo a su habitación a la hora de la ducha de la vecina para cambiar la cinta de su videocámara; y, sonriente frente a la ventana, el padre filetea aquella masa de carne que atropelló supuestamente de forma accidental. Al observar la siguiente casa,