Un hombre
cualquiera se encamina a la ventana, por segundo año
consecutivo, con chaleco, gorra y un clavel ajado en la solapa de la mano de
la soñadora en pijama.
El
autobús urbano avanza por la avenida con la soledad vagando aún entre los
asientos y asideros, pero, este año no es la única, le acompañan cuatro gatos
con mascarilla, gel hidroalcohólico y los nuevos bonometros estampados con
cuadros de Goya. Al llegar a la parada de la plaza de Marqués de
Vadillo un enmascarado organillo ameniza la vida a dos metros de distancia
sobre los adoquines, aunque falta el aroma de cerveza castiza y de importación.
Lo comedido de las celebraciones brota tímido entre claveles, nardos, violetas
y madroños sobre la encintada y pandémica pradera. El paseo cuenta con un
carril de ida y otro de vuelta para ordenar a los atrevidos visitantes que se llegaron a la
ermita. Entre ellos, Lili, armada con abanico, y su latino Néstor, ataviado con
gorra y clavel carmesí, que son guiados por Rocín, un galgo adoptado, que les
convirtió en familia una mañana de verano; juntos han creado una cálida guarida
de dragón con unos colorados farolillos, made in Usera, en pleno Carabanchel.
Desde la guarida de Victoria y Almudena, en Villa de Vallecas, no hay vistas al
palacio Real, pero celebran desde la distancia el día del santo, abanico en
mano. La pequeña ataviada de chulapa, junto a sus amigas del barrio, pasea por
el bulevar, hasta la hora de la comida. Justo cuando llega su madre de la
residencia de mayores. Almudena acude junto a ellos, día a día, con las
sonrisas dibujadas por Victoria en las mascarillas. Su forma de luchar contra
la tristeza de los que no llegaron a la vacuna.
El
rumor de las campanadas del mediodía se silencia por el traqueteo del carrito
de Vera por el puente de Toledo, empujado por la felicidad de Gloria y María.
Desde allí ya se puede intuir el verdor
de San Isidro por la ausencia de manteles y mantas tendidos sobre la hierba. Las
madres primerizas han preparado un par de bocadillos, abanicos y el biberón de
la pequeña para celebrar su primer 15 de mayo. Eso sí, sin rosquillas, ni
chotis y, mucho menos, con la pancarta
reivindicativa del atestado local de Izquierda Unida donde se conocieron. A
pesar de todos los inconvenientes, alzan entre sus brazos a la pequeña, que
está ya en el quinto sueño, para inmortalizarse con un selfie para su orgulloso
álbum de recuerdos chulapos. Y, calle arriba, donde la mesonera Latina se
colorea de Lavapiés, Manuela se asoma a su engalanada corrala para celebrar con
cuidado y distancia la fiesta desde casa. Y, todo ello, a pesar de haber recibido
la Michelle Pfeiffer, como llama ella a la vacuna de Pfizer, para regocijo y
guasa del equipo de sanitarios del Martín Vargas. El mismo centro de salud en
el que trabaja como limpiadora su nueva vecina, recién llegada del lejano Perú
con su hijo. Ambos salen al encuentro de su entrañable vecina que les obsequia
con un paquete de listas y tontas para que celebren el día. Ellos le agradecen
el detalle y le dan un rato de palique vecinal. Manuela, cerrando su abanico
dramáticamente, les cuenta que hasta la pandemia siempre colocaba su puesto en
la pradera para endulzar a chulapos y visitantes y que siempre se guardaba un
cartel de las fiestas para su colección. Los nuevos vecinos le prometen que le
traerán el cartel de 2021 y ella les habla de su sueño de hacer una exposición
con todos sus carteles. Se despiden con un ‘¡Viva San Isidro!’, que se
amplifica por el eco de la corrala y los vítores de los demás vecinos asomados
a la casera celebración. De fondo, el ritmo de un popular chotis surge festivo desde
el tecnológico altavoz de Youtube. ¡Ay, los tiempos modernos!
Y
así un hombre cualquiera brinda con la emperatriz
berciana por volver a celebrar las
fiestas sentados al lado de los amigos de la pradera bajo la sombra de
los madroños.
¿Te acuerdas de otros San Isidro?