domingo, 30 de mayo de 2021

Lo agazapado del jardín

Un hombre cualquiera se topa con decenas de viandantes vestidos con camisetas y jerséis de rayas horizontales alrededor del Prado.


La visita comienza frente a la estatua de Felipe II, al ser primera hora aún tiene las arrugas de las sábanas marcadas en el majestuoso rostro. El ruido de las aguas del Lavatorio por la concurrencia de la mañana resuenan por el eco de la galería central. Y el murmullo de risas de las Meninas se notan por la ausencia de Velázquez, que se ha perdido más allá del reflejo del espejo para desayunar. Hay pocos visitantes, pero entre ellos destaca, entre marcos y pasillos, el hombre del jersey de rayas y las gafas de pasta.


El hombre de pie, frente al único cuadro que quería admirar, perpetuo e impasible, ya ha encontrado lo que busca. La media sonrisa que se esboza entre las comisuras de sus labios es resultado de su acertada búsqueda. El resto de visitantes y curiosos cambian de cuadro, vencidos sin encontrar el motivo del síndrome de Stendhal que ha tomado a aquel hombre. Pero allí estaba. Allí se encontraba semiescondido tras el árbol de la ciencia; alrededor del que florecen deliciosamente todos y cada uno de los brotes del jardín. Wally sonriente con sus gafas de pasta, su jersey de rayas rojas y blancas y su gorro  se agazapa entre las pinceladas del Bosco.


Y así un hombre cualquiera se siente sorprendido por ser parte de una de las viñetas de ¿Dónde está Wally?

sábado, 15 de mayo de 2021

Lo abanicado de los carteles

Un hombre cualquiera se encamina  a la ventana, por segundo año consecutivo, con chaleco, gorra y un clavel ajado en la solapa de la mano de la soñadora en pijama.

El autobús urbano avanza por la avenida con la soledad vagando aún entre los asientos y asideros, pero, este año no es la única, le acompañan cuatro gatos con mascarilla, gel hidroalcohólico y los nuevos bonometros estampados con cuadros de Goya. Al llegar a la parada de la plaza de Marqués de Vadillo un enmascarado organillo ameniza la vida a dos metros de distancia sobre los adoquines, aunque falta el aroma de cerveza castiza y de importación. Lo comedido de las celebraciones brota tímido entre claveles, nardos, violetas y madroños sobre la encintada y pandémica pradera. El paseo cuenta con un carril de ida y otro de vuelta para ordenar a los  atrevidos visitantes que se llegaron a la ermita. Entre ellos, Lili, armada con abanico, y su latino Néstor, ataviado con gorra y clavel carmesí, que son guiados por Rocín, un galgo adoptado, que les convirtió en familia una mañana de verano; juntos han creado una cálida guarida de dragón con unos colorados farolillos, made in Usera, en pleno Carabanchel. Desde la guarida de Victoria y Almudena, en Villa de Vallecas, no hay vistas al palacio Real, pero celebran desde la distancia el día del santo, abanico en mano. La pequeña ataviada de chulapa, junto a sus amigas del barrio, pasea por el bulevar, hasta la hora de la comida. Justo cuando llega su madre de la residencia de mayores. Almudena acude junto a ellos, día a día, con las sonrisas dibujadas por Victoria en las mascarillas. Su forma de luchar contra la tristeza de los que no llegaron a la vacuna.

El rumor de las campanadas del mediodía se silencia por el traqueteo del carrito de Vera por el puente de Toledo, empujado por la felicidad de Gloria y María. Desde allí ya se puede  intuir el verdor de San Isidro por la ausencia de manteles y mantas tendidos sobre la hierba. Las madres primerizas han preparado un par de bocadillos, abanicos y el biberón de la pequeña para celebrar su primer 15 de mayo. Eso sí, sin rosquillas, ni chotis y, mucho menos, con la  pancarta reivindicativa del atestado local de Izquierda Unida donde se conocieron. A pesar de todos los inconvenientes, alzan entre sus brazos a la pequeña, que está ya en el quinto sueño, para inmortalizarse con un selfie para su orgulloso álbum de recuerdos chulapos. Y, calle arriba, donde la mesonera Latina se colorea de Lavapiés, Manuela se asoma a su engalanada corrala para celebrar con cuidado y distancia la fiesta desde casa. Y, todo ello, a pesar de haber recibido la Michelle Pfeiffer, como llama ella a la vacuna de Pfizer, para regocijo y guasa del equipo de sanitarios del Martín Vargas. El mismo centro de salud en el que trabaja como limpiadora su nueva vecina, recién llegada del lejano Perú con su hijo. Ambos salen al encuentro de su entrañable vecina que les obsequia con un paquete de listas y tontas para que celebren el día. Ellos le agradecen el detalle y le dan un rato de palique vecinal. Manuela, cerrando su abanico dramáticamente, les cuenta que hasta la pandemia siempre colocaba su puesto en la pradera para endulzar a chulapos y visitantes y que siempre se guardaba un cartel de las fiestas para su colección. Los nuevos vecinos le prometen que le traerán el cartel de 2021 y ella les habla de su sueño de hacer una exposición con todos sus carteles. Se despiden con un ‘¡Viva San Isidro!’, que se amplifica por el eco de la corrala y los vítores de los demás vecinos asomados a la casera celebración. De fondo, el ritmo de un popular chotis surge festivo desde el tecnológico altavoz de Youtube. ¡Ay, los tiempos modernos!    

Y así un hombre cualquiera brinda con la emperatriz berciana por volver a celebrar las fiestas sentados al lado de los amigos de la pradera bajo la sombra de los madroños.


Inspiración castiza con Mercedes deBellard

¿Te acuerdas de otros San Isidro?


domingo, 2 de mayo de 2021

Lo imprescindible de lo materno

Un hombre cualquiera recuerda que su primera palabra fue, indudablemente, mamá.

Cada madre esboza y dibuja la maternidad con el acolchado amor que encierran sus abrazos. Hay madres que elaboran brebajes para convertir a sus hijas en reales hadas de cuento. Hay madres que enseñan en lenguas maternas para arraigar sus frutos a la tierra. Hay madres que tiñen sus vidas con el violeta de la igualdad.  Hay madres que habitan islas paradisíacas para encontrar los tesoros encarcelados en los mapas. Hay madres que esculpen guerreros de terracota para entrenarles ante las continúas batallas de la vida. Hay madres que defienden con todas las de la ley el futuro de sus pequeñas. Hay madres que escancian su cariño cada día en un manual de consejos para encontrar la felicidad. Hay madres que desarrollan un familiar "savoir-fair" de anécdotas, fotos y recuerdos. Hay madres...
 
Todas estas recetas de la maternidad se complementan con los indispensables trucos de las madres que nos parieron. Las que nos enseñaron que los mandiles se convierten en capas de heroína. Las que tiñen sus besos en el color carmesí de las princesas. Las que hornean las ideas hasta dorarlas de felicidad. Las que hilvanan los disfraces de todos los personajes que siempre quisimos ser. Las que preparan el pan de cada día con el ingrediente fundamental de la masa madre. Las que fotografían los recuerdos de infancia con el colorido efecto de una lomo y la instantaneidad de una Polaroid. Las que inventan historias para dormir y soñar en pijama. Y que acaban definiendo lo materno que las hace imprescindibles.

Y así un hombre cualquiera recuerda que no solo el primer domingo de mayo es el día de la madre.