viernes, 23 de abril de 2021

Lo imaginado de los cuentos

Un hombre cualquiera encuentra una señal en Ordoño que reza 'aquí hay dragones'.

La calle alcanza las postrimerías de la sobremesa, convertida en un desierto encapotado y salpicado de espejismos, que reflejan, gota a gota, la regia cota de mallas. Los charcos se petrifican con las inmortalizadas fachadas y el frio metal de los candados, que encierran la vida a cal y canto. Una brisa templada azuza los toldos y plantas, hasta erizar el vello del caballero bajo su reluciente armadura, que se apagó unos segundos, en un azul oscuro casi negro.  La sombra se extiende calle adelante y la mirada del hombre atrapa al vuelo al inquietante dragón, que atemoriza a la ciudad.

Botines, Ana Arias
Botines, Ana Arias

Tras los tejados de la plaza, la bestia aterriza con su infierno encendido para la batalla. Y, de pronto, fuego, gritos y humo. El silencio marca un punto y aparte. El paso acelerado y metálico del caballero alcanza el final de la batalla y en piedra San Jorge sobre la boca del dragón celebra la victoria. Las garras se metalizaron en el entramado de la verja y las fauces se entrelazaron en picaporte, bornes y dintel. Las escamas tomaron el color de la pizarra, que sin tiza dibujaron el horizonte entre chimeneas, cubiertas y faldones. Y las 365 puñaladas que acabaron con la bestia se cristalizaron en ventanas para iluminar cada día la oscuridad que encerraba el monstruo en su interior. Los rayos del sol perforaron el mar de nubes en un empedrado gaudiniano que el arquitecto dibuja por la eternidad, sentado plácidamente frente a su Casa de Botines.

Y así un hombre cualquiera vuelve a creer en los dragones que se agazapan petrificados en la realidad.

miércoles, 14 de abril de 2021

Lo tricolor de la barraca

Un hombre cualquiera adquiere en la cuesta de Moyano un ejemplar de 'La Barraca: Teatro Universitario' de Luis Sáenz de la Calzada.

Las ganas de lectura conquistan el primer banco libre bajo el primaveral sol de abril. Los rayos inciden sobre las hojas con el reflejo de un caleidoscopio y los personajes y actores comienzan a vagar por el paseo. Desde unas maletas amontonadas, Federico, sentado entre libros y papeles, dirige al Comendador de 'Fuenteovejuna', a Fabia del 'Caballero de Olmedo' o a Benito Repollo del 'Retablo de las Maravillas'. El teatro de la Barraca resucita en las calles de Madrid con el antojo de un calendario coloreado por la tricolor.

Un par de paseantes con sombrero, bigote y bajo el brazo el Diluvio del 14 de abril de 1936 se encuentran entre las casetas. El hombre con borsalino gris ojea la sección de cultura, donde se anuncia la representación del 'Caballero de Olmedo' por la Barraca. Ambos comienzan a comentar la noticia y comparten pareceres sobre la figura de Lorca y la última ocasión que disfrutaron de una representación de la Barraca. El más bajo con acento levantino comenta que ojalá hubiera existido el grupo de teatro en su infancia y que hubieran llegado a su pueblo, bañado por el Mediterráneo, con las misiones pedagógicas. Las mismas que humanizan el teatro y reivindican el oro de los textos clásicos para culturalizar a las clases populares. De repente, las negras tormentas que abrigan los aires hacen volar las hojas del periódico y apagan el caledoscopio, que cierra para siempre el telón de la Barraca con el carmesí del terciopelo, cómo premonición del rojo agonizar que acabará, a mediados de julio, con el irrepetible Federico.

Y así un hombre cualquiera recuerda la obra 'Federico Hacia Lorca' con la que la Joven Compañía resucitó al poeta granadino y reconstruyó la teatralizada Barraca.