sábado, 23 de febrero de 2013

Lo extraordinario de la cotidianidad (II)



Un hombre cualquiera observa incrédulo la traslación de 360º del calendario en lo que dura un parpadeo involuntario para humedecer el lacrimal.

Aunque hoy no haya actividad parlamentaria, el incorrupto sentimiento democrático del congreso de los diputados, el poco que le queda, sufre sudores fríos cuando la hoja del calendario da paso al 23 de febrero.  Los perforados agujeros de bala avalan la delicada debilidad histórica frente a las agresiones de paso marcial y, en estos tiempos fugaces como un cadilac sin frenos, a los maniqueos  haraquiris con abrecartas y alevosía de sus propios miembros. Sin duda, el alzheimer de los habitantes de la torre de marfil les impide recordar el poder del cívico cerco a los "sanculots" en la dieciochesca Galia.

A pesar de los golpes fallidos, el 23 de febrero también ha dado a luz a pequeños proyectos, que no pasarán a la historia de los libros y las enciclopedias, pero que sirven para germinar las semillas de un pequeño jardín de bonsáis.  El arte del cultivo de estos pigmeos árboles se atesora a través de modelarlo sin extirpar su esencia natural;  como el artesano hacer del gremio de los contadores de historias con las palabras desde la memoria de los hechos.  

Y así un hombre cualquiera sopla las velas de una tarta imaginada por la soñadora en pijama con la nubosa forma de un viñetero bocadillo

lunes, 18 de febrero de 2013

Lo inconfundible de las extraordinarias (Capitulo I)



Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con humanas extraordinarias y mujeres inconfundibles entre la puerta del perdón y los paisajes bercianos.

Los nexos de unión pueden propiciar aleadas fusiones por compatibilidad automática, sin premeditación ni alevosía. El caso más empático con esta afirmación se produjo, en plena Comarca, cuando una peculiar noche de los castillos, organizada por la soñadora en pijama, sirvió de escenario para conocer a la fílmica norteña. Y sin más, el tiempo retuvo lo vivido en la mente y en el sentimiento como si nunca nos hubiéramos desconocido. 

Sus pasionales opiniones percuten en tu perspectiva, como las mazas sobre el parche, seguras y constantes mientras remueve, tranquilamente, el británico té a la hora del desayuno literario. Y, además, toda ella  viste sólo con su elegante presencia sobre el agnóstico altar de sus tacones y, con su leído verbo cinéfilo - literario, propicia interesantes tertulias con ingenieros de la pluma y omnívoros artistas de la vida.

Y así un hombre cualquiera aprovecha su potencial facultad para atrapar la femenina y selecta lucidez que caracteriza a lo inconfundible de las extraordinarias.

jueves, 14 de febrero de 2013

Lo genético de las huellas



Un hombre cualquiera se topa con el germen del futuro en una prematura ecografía que le colma de incertidumbre, sin decir ni una sola palabra. 

Al imitar las huellas de quien admiramos o veneramos nuestro destino sigue un paso marcial porque no hay dubitación en la siguiente pisada; siempre que mantengamos la distancia de seguridad para no pasarnos de frenada y chocar contra las señales de advertencia de accidente inminente. El problema reside cuando pasamos de seguidores a ejemplo de referencia y, de forma responsable, debemos enchufar las luces de aviso.

La infantil negación contra la progenitora autoridad se suele topar contra el muro del espejo, que con el paso de los años nos invade con las genéticas arrugas de los roles al otro lado de la barrera. Y, entonces al estar en la alineación titular, el partido deja de ser un amistoso para convertirse en una final bajo una lluvia constante e incipiente con descuento, prorroga y una interminable ronda de penaltis. 

Y así un hombre cualquiera se entrena sobre el mantillo del presente para que se recuerde el esfuerzo en las cosechas del pasado.   

lunes, 11 de febrero de 2013

Lo moscovita del despertador

Un hombre cualquiera se despierta sobresaltado en el mismo instante que el reloj pone el estado de alarma en el cielo.

Al sentarse en la cama, aturdido por la veloz bienvenida al nuevo día, recuerda el soñado escenario que había dejado pegado en la almohada antes de la efervescente genuflexión. Un hombre cualquiera sentado frente al mismísimo Kaspárov batiéndose en un estratégico duelo, negras contra blancas, sobre el altar de San Basilio en el moscovita código postal de la Plaza Roja. Todo ello, bajo la atenta mirada de Putin y Medvédev, a cada lado, vestidos con un soviético uniforme militar y coronados por un siberiano ushanka azabache .

El santificado tablero ortodoxo, grabado por sus cuatro costados con el 'gens una sumus', cuenta con el mismo número de víctimas y supervivientes por ambos bandos; aunque la batalla no llegaba a inundar los escaques por el derramamiento de sangre. El inicial 'giouco piano', a la sombra de las banderas, se transformó en una complicada partida por el ritmo frenético del reloj. Así, tras un enroque defensivo propio y la involuntaria abdicación de la reina consorte, las casillas, sin la anestesia del vodka en el gaznate, permitieron un movimiento in extremis hacia el jaque mate contra el mismo Kaspárov.  

Y así un hombre cualquiera viaja instantáneamente, al amanecer y sin billete, de las tierras del Zar a la piel de toro para buscar un iniciático manual de ajedrez.

jueves, 7 de febrero de 2013

Lo caducado del futuro



Un  hombre cualquiera examina en un atlas posibles destinos para un exilio involuntario y sin billete de vuelta a medio plazo.

¿Y quién inventará el sacacorchos?, si sólo nos rodeamos de embotelladores de esperanza caducada. El mar se ha convertido en una colapsada empresa de correspondencia por la cantidad de botellas que lo adoquinan desde la playa y, sin eutanasia, hasta mar adentro. Los sobres de vidrio encierran desesperados presentes sin futuro, que permiten el milagro de andar sobre las aguas a los náufragos del pasado.  

Y con la bajamar se acorta el rescate marítimo de un mesiánico naufrago, que atraca en tierra  sediento de una continental y desalada realidad. Al aposentar sus pies en suelo firme un arrugado olor a neftalina le envuelve por la involución del tiempo,  que ha mutado futuro por pasado. Y, la verdad, las riendas del tiempo siguen sujetas por el  férreo y parásito reinado de antaño, que agoniza en vida por no saber abdicar a tiempo. 

Y así un hombre cualquiera, sin destino, se compra una veleta para que el viento le guie hacia el futuro prometido.

lunes, 4 de febrero de 2013

Lo invisible del viento



Un hombre cualquiera presencia atónito el vuelo de cartas sin remite desde una céntrica azotea, bajo un soleado lujo veraniego en pleno mes de febrero.

Los esquizofrénicos termómetros se broncean con temperaturas impropias del calendario, protagonizando una sísmica fotografía en el mismo instante en el que el mercurio estornuda. Sin embargo, cuando el silencio retoma el escenario, la paradisiaca calma intuye un rumor insignificante en el ambiente, como el batir imperceptible de una mariposa en las postrimerías de la primavera, que oculta la brutalidad del férreo vendaval bajo un suave y encarnado guante de terciopelo.

Y la invisibilidad del viento, nimia y fútil, puede arrancar, con la más leve brisa, las palabras lanzadas al aire sin fortificados pilares en hechos cargados de sentida realidad. No tardan en llegar los tétricos nubarrones, que convierten el ángelus del mediodía en noche cerrada, cuando mutan las marítimas gaviotas en carroñeros buitres. Y al final lo que el sol definía como un esplendoroso y dorado futuro al caer la noche se convierte en una incertidumbre de un teñido azul oscuro casi negro.

Y así un hombre cualquiera rasga el desconocido remite del sobre detonando una explosión de estampitas 
de San Pancracio.