Un hombre cualquiera patea las hojas secas, que alfombran los
caminos, para rebuscar la realidad que esconden bajo su trampantojo.
Un señor con levita que se parece a Pushkin escribe en un
bloc de notas sobre un banco del parque. El otoño se desoja en marrones y
ocres. Una hoja impulsada por la gravedad cae sobre sus notas. Cuidadosamente
escribe sobre ella. La coge por el tallo y una ráfaga de viento la pierde sobre
la hierba. Las palabras se las lleva el viento, piensa abstraído. La hoja
recorre el césped hasta chocar contra el talón de una joven que mordisquea un
cucurucho de castañas asadas. Sus miradas se cruzan, pero ella acaba
marchándose sin miramientos. Las señoritas estrechas no creen en los versos de
los poetas.
¿Quién coño me ha robado los meses de otoño? A veintinueve
grados centígrados, una extraordinaria fiebre extiende la agonía veraniega. El
veranillo de San Martín impide a los poetas escribir sobre la decadencia y lo
arrugado del tiempo. Hoja a hoja el otoño vaciará el bloc de notas del parque
para que las cercanas fechas de consumismo financien nuevos cheques en blanco
para firmar. ¡Fomenten la escritura como terapia para vivir y que los cuadernos
llenen las alforjas de los camellos y el maletero del trineo!.
Y así un hombre cualquiera recuerda el agónico verano cuando
los meteorólogos fulminan la fiebre de los termómetros con un gélido viento
siberiano.