miércoles, 30 de junio de 2021

Lo salmantino de las ciudades

Un hombre cualquiera se empadrona entre los brazos de una soñadora en pijama para siempre habitar sus días y sus noches.

Las ciudades se construyen con los recuerdos de aquellos que las han habitado y éstos encuentran reflejos y trampantojos con otras lugares que han visitado y hecho suyos. En mitad de la plaza Mayor, dos corazones sincronizan sus enamorados latidos, mientras los habitantes de los medallones se convierten en cronistas de su historia. Balcones hacia dentro la salmantina estampa se teletransporta al Village, sin vistas al Empire State ni a la estatua de la Libertad. Pero, los inquilinos de los pisos guardan un curioso parecido con Chaendler, Mónica y Phoebe al ritmo de "I'll Be There for You." Al volver a pie de calle, un olor a carbayones te convierte en un personaje más de la Regenta; en un decimonónico Oviedo con chistera y ahuecados vestidos color cielo del paraíso natural. Del vestido cuelga un cordón azul que siguiéndolo llega hasta la cafetería de Amélie. El parisino aroma a crepes recién hechos se intuye detrás de la fotografía de un enano de jardín.

Y en un recóndito jardín con vistas al Tormes, unos versos en italiano se cuelan entre ramas, rosas y rincones. Entonces, Calixto se convierte en Romeo y Melibea en Julieta. Allí, el amor veronés revolotea armónico, cómo una bolboreta carmesí, de flor en flor, brindando entre pétalos con la delicadeza de una fina copa de champán. Que como el amor puede hacerse añicos al dejarla caer al suelo. Por eso, "si hay que pisar cristales. Que sean de bohemia, corazón", le digo a la soñadora en pijama al conquistar Praga reflejados en la Casa Lis. La llegada de la noche tiñe el cielo en un azul oscuro casi negro, justo al llegar al cielo de Salamanca, donde los deseos se cumplen fugaces, cómo estrellas de Bagdad.

Y así un hombre cualquiera espera que los deseos de la tarta de la soñadora en pijama sigan planeando viajes en globo, en elefante o en tren.

viernes, 25 de junio de 2021

Lo chiquito de Málaga

Un hombre cualquiera pasea por Málaga de buena mañana.

Sombrero, camisa blanca, botella de agua, bermudas, teléfono móvil, chanclas y, obviamente, pai pai; el uniforme de turista le define a siete leguas de distancia. Un oleaje de risas va y viene con un rumor marítimo que refresca los sofocados mercurios. Y lo hace desde cualquier rincón: unas brasas incandescentes con aroma de espetos, las mesas de un chiringuito de la Malagueta, las pinceladas picassianas, la ventana en verso del Kanka, las butacas aplaudiendo con un acento de Banderas, la sacristía de la Encarnación, los corrillos de Larios, el quién da la vez del Atarazanas, las taquillas del Pompidou, a la luz de la bombilla de la Farola, el mirador del Gibralfaro, las almenas de la Alcazaba, los muelles salados del puerto y, sobre todo, cada rincón del Huelin, donde todavía resuenan los chistes de Chiquito de la Calzada.

Las huellas acarician las aceras para calcar el ritmo y el paso de la ciudad, hasta clavarse frente al paso de cebra de Tomás de Echevarría. Un inconfundible ¡Quietor! ordena pararse en seco ante el tráfico de bicicletas, algún seiscientos despistado, taxis, autobuses urbanos, repartidores y matriculados autóctonos y de importación. Las sonrisas se dibujan entre los viandantes, que al ponerse en verde la luz de los peatones comienzan a cruzar carcajada mediante, tras escuchar la señal sonora ¡Al ataquer, siete caballos vienen de Bonanza!. El buen humor de Chiquito inunda la ciudad con iniciativas de murales, festivales cómicos, esculturas y hasta rutas con los lugares habituales del humorista.

Y así un hombre cualquiera se convierte en un pecador de la pradera que sigue echando de menos al singular y universal vecino de la calzada de la Trinidad.

viernes, 18 de junio de 2021

Lo inconfundible de los extraordinarios (8º caso práctico)

Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con humanos extraordinarios y hombres inconfundibles entre el aroma de la tacita de plata y el azulado cielo capitalino.

El rítmico vuelo de las varas sobre las aceitunas precipita el oro líquido por caminos y encrucijadas, hasta encontrarse perdido por los cerros de Úbeda. Allí, donde suele habitar el compositor de los vuelos. Aquel que es capaz de imaginar las acrobacias a ras del cielo, que calcula con los pies firmemente anclados en la tierra. La misma en la que crecieron sus antepasados para convertirse en árboles genealógicos de profundas raíces con un orgulloso acento para proclamar su nombre. Y que él esquivó, contra todo pronóstico, con el suyo propio sin que le colonizara la tradición familiar al séptimo día. Así su partida bautismal se rubricó con el abolengo del nombre de un rey cristiano. Una reconquista más en la tierra de los califas, cuyas leyendas se pierden entre las líneas de fuga de los olivares.

El pentagrama se ilumina con el amarillo de la clave de sol manchega que describe el horizonte entre las aspas de los molinos. Y el rojo palpitar de su corazón le devuelve frente al piano de su mítico concierto entre las rojizas Médulas, versionando al eterno Bowie. Y al abrir los ojos tras su ensoñación, un hombre con bombín, chaleco y voz ajada le recuerda su origen al escucharle cantar aquello de pongamos que hablo de Madrid.

Y así un hombre cualquiera aprovecha la potencial facultad para esquivar las nubes de giste diseñadas por Gambrinus que caracteriza a lo inconfundible de los extraordinarios


Y aquí se reúne lo inconfundible de los extraordinarios:

El mafioso polaco

El tertuliano de las antípodas

El buenhumorado sureño

El arquitecto de utopías

El sosegado rebelde

El dueño del bigote

El fan de los festivales