Un hombre
cualquiera pasea la eternidad de Roma sin prisa, ni reloj en la muñeca sobre los
adoquines que pisaron gladiadores y esclavos, curas y pobres diablos.
El cansancio de
la tarde alcanza su merecido descanso sobre un petrificado banco del jardín de
los naranjos. Su vista se alza a las copas de los pinos y naranjos y con un
relajado cabeceo desciende hasta el horizonte. Sobre el muro del fondo del
parque Savello se erige, en la lejanía, la cúpula de San Pedro del Vaticano. En
la misma dirección en el extremo del banco, tras un transfocatto, aparece un
hombre de mediana edad con barba canosa, traje oscuro y gafas bifocales, que
lee un libro titulado ‘Paraíso perdido’. Su curiosidad delata una galopante
miopía al fijarse durante varios segundos en la portada, incomodando al lector por
la indiscreta investigación. Con un disimulado vistazo de reojo el lector carraspea
para aclararse la voz.
—‘Mejor reinar en el infierno, que servir en el cielo.’ —Clama con voz profunda su lectura, hasta alcanzarle con su
mirada.
Ojiplático le
devuelve la mirada y el hombre rompe a reir ante la reacción.
—Le he leído uno de los versos del poema de John Milton, que
trata sobre el bien y el mal a través de Dios, Eva, Adán y Satanás. De hecho,
el verso es afirmado por el diablo tras haber sido expulsado del cielo.
—¿Está defendiendo al innombrable?
—Le pregunta entre bromas.
Su carcajada le
hace cerrar sus ojos por un momento.
—No, no soy el abogado del diablo, aunque yo he conocido a
alguno —Responde.
—Sí, la adjudicatura está lleno de ellos. —Le añade.
—No, no… esos son todos aprendices, ya no existen abogados del
diablo. De hecho el último fue despedido por Juan Pablo II.
—¿Cómo? —Le pregunta
perplejo.
—Sí, yo soy sobrino del último abogado del diablo. Sé que
suena extravagante, pero ¿no piensa que toda la creencia católica se asienta en
la incoherencia de lo imposible? La Iglesia contó con la figura del abogado del
diablo durante cuatro siglos para examinar los procesos de canonización de
beatos y santos y buscar, a través de esta figura, errores o fallos en los
méritos del candidato antes de elevarlo a los altares.
La conversación
sobre lo divino y lo humano continuó con un entretenido paseo por el Aventino.
hasta descubrir la mirilla de la orden de Malta, que encuadra la grandeza de la
cúpula de Buonarroti. Serpenteando la colina romana descendieron hasta
la orilla del Tíber. Tras despedirse, tomó el puente Sublicio hasta alcanzar el
Trastevere camino del hotel. Al llegar a la habitación, se descalzó y se tumbó sobre
la cama, recostándose accidentalmente sobre el mando a distancia que encendió la
televisión. En pantalla un noventero Keanu Reves encarna el papel del abogado Kevin
Lomax, visitando el domicilio del asesino Alex Cullen para entrevistarse con
él. Curiosamente, el emplazamiento elegido para esta escena de Pactar con el
Diablo pertenece, en la actualidad, al apartamento privado en New York de Donald Trump.
Y así un hombre cualquiera se sonríe ante las diabólicas casualidades
que descubre a escasos kilómetros de las estancias del representante de Dios en
la Tierra.