martes, 30 de junio de 2020

Lo encendido de las velas


Un hombre cualquiera coloca las velas encendidas que reflejan la ilusión compartida con la soñadora en pijama.

El día del cumpleaños refleja de alguna forma a la persona que se homenajea. Por ello, celebramos a la soñadora en pijama cada 30 de junio; justo en la mitad del calendario. El equilibrio, la velocidad de crucero óptima y el vaso medio lleno, que definen a la protagonista de las canciones que redoblan los latidos del corazón, a la musa de los sueños en planos secuencia con final feliz y a las pinceladas de color carmesí que siguen ruborizado unas mejillas cualquiera.

Pero, representa mucho más... Los atardeceres que dan paso a los sueños de una noche de verano, el aroma de las copas de vino embriagado los ingredientes que se doran por las ideas al horno, las estrellas fugaces que iluminan los deseos sobre Bagdad, los kilómetros inmortalizados en Technicolor por la Polaroid, los besos de Mimos que acaban sufriendo un inevitable síndrome de Estambul y, sobre todo, los rayos de sol que tatúan la felicidad con tinta invisible.

Y así un hombre cualquiera descubre en el humo de las velas los deseos pedidos por la soñadora en pijama.

lunes, 29 de junio de 2020

Lo abrazado de las bienvenidas


Un hombre cualquiera se despierta de la siesta por el sonido de un mensaje en su teléfono.

"Ya ha llegado", anuncia una foto de un abrazo que se adelantó sin disminuir un ápice la ilusión. El calmado silencio que se advierte antes de las esperadas celebraciones se cumplió y, mensaje a mensaje, las felicitaciones y la alegría se extendieron desde la Malvarrosa hasta San Lorenzo. Y, tras sobrevolar la Gran Vía, la cigüeña emprendió su regreso a la ciudad de la luz.

Alumbrado, perfumado y abrazado se prepara para inmortalizar recuerdos bañados por el Mediterráneo, a la sombra de madroños cada San Isidro y entre las verdes pinceladas del Paraíso Natural. La alegría de las bienvenidas se imagina sobre el lienzo coloreado por la esperanza del verde pistacho.

Y así un hombre cualquiera y la soñadora en pijama se quedan ensimismados imaginando las hojas del álbum por rellenar junto con la escanciadora de palabras y el levantino consorte.

domingo, 14 de junio de 2020

Capítulo VIII: lo inconfundible de las extraordinarias

Un hombre cualquiera tiene la innata capacidad de toparse con humanas extraordinarias y mujeres inconfundibles entre las tascas de la capital y las riberas del  Sil.

Las sobremesas improvisadas se miden por el valor de las conversaciones; que se tejen entre divertidas anécdotas, pedagógicos conocimientos y soluciones perfectas para arreglar el mundo. El caso más singular se define por las palabras de la conversadora berciana. Su locuacidad descubre innovadoras didácticas para enseñar cómo mejorar el mañana a los niños de hoy. Sólo ella sabe enfocar la realidad con la riqueza de matices que colorean los cristales con la que los otros la ven. Y sus peculiares sueños se convierten en guiones de cortometrajes con planos secuencia para vídeos electorales.

Sus palabras recitan de memoria, a pie de pista, los versos entonados por Andrés Suárez. Las mismas palabras que apuntan sin herir, al más puro estilo 007, con la certeza de una Remington Steele. A veces las palabras codifican unas absolutas idioteces hasta desternillarse de risa en el sofá. En ocasiones, se derraman a borbotones, como un tetrabrik de leche en plena sobremesa. Pero, líquidas o solidificadas, sus palabras relucen con el innato reflejo dorado, nacido de las entrañas de las Médulas. Y, entre líneas, se agazapan los simbólicos secretos templarios para encontrar el arca perdida. 

Y así un hombre cualquiera espera seguir disfrutando de las conversaciones que caracteriza a lo inconfundible de las extraordinarias.


¿Recuerda más extraordinarias inconfundibles?







domingo, 7 de junio de 2020

Lo iluminado de los reencuentros


Un hombre cualquiera intuye por la puerta entreabierta una figura pintoresca con su bigote de corte sevillano y unos cascos inalámbricos, mientras espera bajo el inmenso cartel del reencuentro.

No hacía falta llegar hasta la tercera fase para volverse a encontrar, aunque las invitadas hayan tenido que cancelar su reserva. Aún no habían alcanzado las agujas las nueve, cuando las puertas devolvían la sonrisa a Goya. Los pasos firmes, rodeando al cobrizo Carlos V, se dirigen al paradisíaco principio de los tiempos, recibidos por Adán y Eva entre el verdor de las hojas de parra y escoltados por el principio de Fra Angelico y el final de Van der Weyden. Este es el origen sobre lienzo de 1819, cuando el Prado abrió por primera vez sus puertas. Tras la recepción, el mismo sol que devuelve a la vida los patios que rodean a la Giralda cada mañana, ilumina las ventanas enmarcadas de la Galería Central.

La luz refleja sobre las puntas de las lanzas. La luz descubre la perspectiva del lavatorio. La luz perfila las formas de las gracias. La luz asombra a los chicos en la playa. Y, al final, la luz se cuela intensificada por el síndrome de Stendhal hasta alcanzar la rueca de las hilanderas, que hilvanaron y tiñeron las vestimentas de las Meninas. La misma luz que alumbró a Velázquez un seis de junio a los pies del giraldillo.

Y así un hombre cualquiera celebra la reapertura del Prado para reencontrarse con las ventanas maestras del arte.