domingo, 28 de enero de 2024

Lo mágico de los pijamas

Un hombre cualquiera acude a un espectáculo de magia para creer que lo extraordinario es posible.

En la primera fila con los ojos lo más abiertos posibles y sin pestañear para no perderse absolutamente nada, Leo, un chaval de casi diez años ocupa su butaca. El espectáculo está dirigido a adultos, pero el mago cuida su vocabulario, se esfuerza por conectar con la gente menuda que ha visto entre el público y usa humor blanco, que da las mejores carcajadas sin caries, algunas con tesoros expoliados por el ratoncito Pérez y, claro, con el patrocinio de Profident


El espectáculo se articula con los clásicos juegos con naipes, una misteriosa desaparición de un espectador, una chistera con alma de madriguera para un conejo blanco y, obviamente, la segmentación en tronco y piernas de una mujer elegida al azar. El ticket de la entrada estaba prácticamente caducando en los bolsillos de los asistentes, cuando el mago empezó a bostezar y a decir que un cansancio tremendo le estaba invadiendo. Tras una palmada y una explosión de humo, apareció en pijama con dibujos de superhéroes, pantuflas y un orinal bajo el brazo. Leo maravillado, reía sorprendido. El adormilado ilusionista señaló entre los asistentes al último voluntario para el truco de la hipnosis. Y fue elegido el ocupante de la butaca contigua a Leo, su padre. El pequeño estaba entre sorprendido por la elección y preocupado por lo que le podían hacer. Claro, aquel hombre era capaz de cortar a alguien por la mitad y hasta hacerles desaparecer. El último número comenzó y el vaivén del reloj de bolsillo durmió a su padre casi instantáneamente. En ese momento, el mago se dirigió al público para decirles que lo que realmente dormía era el pijama. Total que el mago siguió con preguntas al voluntario, le convirtió en una gallina y, por último, le pidió que representará su sueño de cuando era un niño. El padre de Leo se sentó en el suelo y empezó a mover objetos invisibles para todos los presentes. A la pregunta sobre lo que hacía contestó. “Estoy preparando todos mis Playmobil para pasar una tarde jugando con mi hijo”. El mago contó uno, dos, tres y le despertó. Una ovación arrancó con Leo de pie en la butaca, orgulloso de ser el sueño cumplido de su padre.


Y así un hombre cualquiera siempre cree en la magia que acciona los pequeños detalles del día a día.

domingo, 14 de enero de 2024

Lo divino de lo urbano

Un hombre cualquiera aprovecha un día de asueto para admirar la cotidianidad de la ciudad.

La cotidianidad de la ciudad obvia los detalles que reconstruyen a diario su inmortalidad. La admiración de los turistas ocasionales descubren lo extraordinario de lo diario. Por ejemplo, los juegos de palabras de los carteles de los negocios. Algunos irónicos, como el que recuerda al pirómano Nerón para nombrar a un almacén de extintores. O, más literarios, como la agencia de viajes, que apadrinó el mismísimo Phileas Fogg en su última apuesta para dar la vuelta al mundo. En las intersecciones, las placas de las calles pasan desapercibidas por los sobrenombres que invisibilizan la oficialidad del callejero. Así la plaza de la Cruz Roja obvia al corrupto Borbón por mucha gracia de Dios, que le otorgue a su graciosa majestad su trono y su cetro. Y, sin necesidad de reconocimientos, las huellas del pasado se petrifican sobre los adoquines y el blanco y negro de las fotos se colorea por las anécdotas y vivencias de los que antes habitaron sus edificios, pasearon sus aceras y brindaron por la eternidad.


Las estatuas de los poetas encuadran sus versos al rodear lo circular de las rotondas que presiden. El eco de los aplausos de los teatros se camuflan en el viento de cara para refrescar lo adormilado de las mentes. Y el aroma a recién pintado de las fachadas se derrama por las pituitarias a través de lo coloreado de las brochas. Las mismas que sostienen unos pintores con alma de artista, desde sus salpicados zapatos hasta sus artísticos bigotes a lo Dalí. El perfume a nuevo de lo reformado es la ducha reparadora de las ciudades para rejuvenecerse a pesar de las arrugas.


Y así un hombre cualquiera inmortaliza la cotidianidad para admirar lo urbano y lo divino.