jueves, 25 de abril de 2024

Lo sembrado de la primavera

Un hombre cualquiera le pide consejo de jardinería a su vecino, que le tiene cogido el punto a la primavera por lo florido de su balcón 

El hombre gasta bigote setentero, siempre va uniformado de paisano y su acento atlántico le delata tras sus silencios. Su amabilidad desbordante invita a pasar a su casa. Lo austero de la vivienda no desmerece a un hogar con el aroma a cocina casera, instantáneas en blanco y negro y libros de historia para recordar el paso del tiempo sobre lo estático de las estanterías. Los neutros colores del interior chocan con los vivos pétalos de las macetas de la terraza. Lo pacífico de los blancos, lo reivindicativo de los rosas y lo épico de los rojos.


El improvisado profesor de jardinería tiene preparado sobre la pequeña mesa una muestra de sustrato, semillas y recipientes para su revolucionaria técnica. Primero explica la importancia de una tierra fértil y preparada para hacer progresar la futura germinación. En segundo lugar, abraza entre sus manos las semillas con la delicadeza con la que un padre siembra los cuidados y conocimientos sobre sus hijos. Y, en tercer lugar, dispara lo fecundo de la tierra sobre los estrechos maceteros y dispara con sus dedos sobre el cañón las simientes. Una pequeña regadera vierte el agua necesaria desde el cáliz para la eterna juventud. Y a esperar que la primavera haga agonizar lo marcial del invierno. El esperanzador alumbramiento se acompaña con el inesperado himno de la Vila Morena, que resuena desde el móvil de Joao para felicitarle por el 50 aniversario por la consecución de tener en casa esquina un amigo en la tierra de la fraternidad.


Y así un hombre cualquiera aprende a sembrar la primavera a la sombra de una encina.

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