Un hombre cualquiera echa un vistazo a la programación del Teatro de la Zarzuela.
Aquel 23 de febrero, treinta y tres minutos después de la llegada de los tricornios al Congreso, la limpiadora del Teatro de la Zarzuela se encontraba quitando el polvo a la taquilla. El plumero le servía de instrumento de limpieza y, también, hacía las veces de micrófono para su profesión frustrada de soprano. Y en estas estaba canturreando la “verbena de la paloma”, cuando el teléfono de taquilla comenzó a sonar. El respingo que dio hizo que se acordara, repentinamente, de la madre de Antonio Meucci; ya que era día descanso y no había funciones. Tras reponerse del susto, Carmen descolgó el auricular y respondió:
- Teatro de la Zarzuela, buenas tardes.
Al otro lado, desde el despacho de abogados de un compañero de partido, la política catalana le respondía con urgencia
- Buenas tardes, por favor, póngame con el Rey.
La limpiadora contrariada con la petición dejó unos segundos de silencio. Miró a su alrededor buscando explicación a aquella extraña petición entre los títulos programados del teatro y los nombres de los actores y cantantes e, incluso, buscó entre los teléfonos de las oficinas, por si había alguien apellidado Rey. Y ante el vacío de respuesta, desde el otro lado del hilo telefónico,
- Por favor, ¿me puede comunicar con Juan Carlos I? soy la diputada Anna Balletbó y acabo de salir del Congreso de los Diputados.
Carmen, entendiendo la confusión y desconociendo lo acontecido, respondió
- Disculpe se ha equivocado, ha llamado al Teatro de la Zarzuela, no al Palacio de la Zarzuela.
Y, de repente, el teléfono comenzó a comunicar; le habían colgado. La diputada socialista soltó una carcajada por la surrealista equivocación ante la gravedad de la situación que se vivía en el hemiciclo a escasos pasos de allí. Buscó en su agenda el teléfono de Jordi Pujol, quién le dio el número del Palacio de la Zarzuela y pudo hablar con el Jefe del Estado. Mientras, Carmen seguía riéndose de la equivocada llamada y canturreando entre medias de las risotadas. Feliz e ignorante de las balas que adornaban las cornisas del Congreso.
Y así un hombre cualquiera desecha la idea de asistir a la sesión de la Zarzuela por miedo a equivocarse y acabar en el palacio, en vez del teatro.