domingo, 31 de octubre de 2021

Lo genial de las figuras

Un hombre cualquiera busca entre los epitafios la genialidad que se marmoliza para la eternidad.

La vida florece del pasado, cada uno de noviembre, entre siete crisantemos en el corazón, o, quizá en el aroma de trece rosas sin espinas, o puede que hasta en un ramito de violetas; eso sí, tras los fuegos fatuos de Doña Inés y Don Juan. Cuando el frío mármol se atempera con los cálidos latidos que devuelven a lo vivido a los que se volvieron a convertir en polvo. Y mientras el vivo vuelve al bollo, los pétalos y hojas se marchitan en el olvido tras el repentino y vivaracho ataque primaveral.

Cualquier vida es corta para prepararse para el descanso eterno, aunque hay quien intenta dejarlo todo milimétricamente preparado. Desde simples mortales hasta su graciosa majestad, Isabel II, quién ha dejado organizado sus exequias y funerales con puntualidad británica para que se cumpla aquello de "God save the Queen". Aunque Freddy Mercury ya está sentado sobre el divino regazo del altísimo y seguro, que también visita en ocasiones al innombrable por lo chamuscado del bigote. Y, hablando de bigotes, hay descansos eternos más movidos e imprevistos por falta de enjundia y abolengo. De hecho, los tiempos modernos de Charles Chaplin le aguardaban con el robo de su cadáver y, tras ser recuperado de una tumba de alquiler, la viuda decidió sepultarlo nuevamente en la tumba original a dos metros bajo un suelo rellenado de hormigón. Y en el campo de trigo, donde le enterraron los ladrones siempre será donde Charles Chaplin descansó brevemente. Un tétrico momento de impasse antes el premio eterno, cómo cuando los concursantes de la subasta del un, dos, tres se quedaban catatónicos tras oír: "y hasta aquí puedo leer". La frase que recogía el recordatorio del funeral de Jordi Estadella y que dejaba en el aire lo que esconde el más allá.

Y así un hombre cualquiera conseguirá la eternidad al mimetizarse con los personajes que le sobrevivirán en sus historias.

domingo, 24 de octubre de 2021

Lo caótico de los días

Un hombre cualquiera manipula el caos entre los dedos  sin guantes ni protección.

¡Boom! ¡boom! ¡boom! El campo de minas empieza a explosionar por un inesperado efecto dominó. Las detonaciones repiquetean el cuerpo en una danza mortiferamente improvisada. Y, cómo consecuencia, su caída al suelo, pero que consigue amortiguar por el lodo y la acolchada vegetación antes de apagarse los párpados.

El sonido de los dientes mordiendo la corteza del pan sirve de despertador a una merecida siesta de tarde de viernes. Los demás sentidos se desperezan progresivamente. El desenfoque recupera la nitidez con el sol de media tarde que calienta el salón. La suave textura de la manta, que abriga los sueños, se aparta con los estiramientos de las extremidades. Y el lácteo aroma de los quesos que se atemperan sobre la mesa, acaban por aguar las papilas gustativas. Los resortes se activan para volver a la conciencia despierta. Y, como un sueño hecho realidad, una soñadora en pijama le abraza para recargarle el corazón.

Y así un hombre cualquiera mira a su alrededor para observar el orden de los días en el calendario.

domingo, 17 de octubre de 2021

Lo veraniego de los recuerdos

Un hombre cualquiera se pinta la yema de los dedos del azul que tiñe las copas de los madroños.

El luscofusco de septiembre colorea de naranja las furtivas nubes sobre la azotea. Una isla en mitad del mar de antenas y de cables, que van camuflándose al enviudar el firmamento. A veinte metros sobre el suelo, ella ha colonizado su pedacito de cielo de Madrid, bañado por el sol e iluminado por las estrellas.

Los últimos coletazos de verano escalan por la pared en forma de lagartija. A su paso junto al foco, se asombra un dragón con atalaya propia y alejado de la olvidada imaginación entre las urbanitas prisas a pie del desierto de asfalto. Alguna osada sirena de ambulancia consigue devolver la realidad, espantando al urco, disipando a las meigas y paralizando a la santa compaña. En la atalaya de la embajadora de la city, la imaginación vuelve a camuflar la realidad al intuirse la vía láctea sobre un azul oscuro casi negro en su peregrinaje a Compostela.

Y así un hombre cualquiera observa como menguan las horas de sol que convierten en pardos a todos los osos en el albor de la otoñada.

lunes, 11 de octubre de 2021

Lo inmortalizado de los viajes

Un hombre cualquiera sobrevuela en globo aerostático la hoja de octubre del calendario, salpicada de un otoñal y festivo color granate.

Algunas vueltas al mundo no solo duran 80 días. El tungsteno de las bombillas y los bordados banderines convierten cada rincón en una nueva postal de recuerdos por latir en la maleta de madera. A vista de pájaro los deseos planean en plegados aviones de papel hasta teñirse en deseados pájaros rojos con almas de estrellas fugaces. Y de repente, un manojo de globos, reflejan sus destellos en mitad de la noche para estrellar el firmamento.

Superando el vértigo, que te enseñan las horas de vuelo, el paisaje adquiere un estampado otoñal entre castaños y viñedos. Allí abajo un encarnado 600 parece buscar las instantáneas de verano, al ritmo de Abba, en un plano consecuencia de la felicidad atesorada al calor de los años. Las coordenadas suman sus cifras sobre las anotaciones de los cuadernos de bitácoras y los pliegues de los mapas, porque la vida calcula rutas inescrutables hasta alcanzar una nueva meta sobre el horizonte junto a la soñadora en pijama.

Y así un hombre cualquiera toma tierra, como cada 12 de octubre, para inmortalizar la felicidad.

domingo, 3 de octubre de 2021

Lo arqueado de los triunfos

Un hombre cualquiera recubre muebles y lámparas con sábanas para repintar paredes y techos.

La tarde famélica de sol araña los últimos rayos que colorean las copas de los Campos Elíseos. Poco a poco, las sombras y la artificialidad de la noche toma la ciudad junto al Sena. Los personajes de Midnight in París resucitan para imprimir bohemia e intelectualidad a barras de bar y recónditos cafés, los gatos se vuelven pardos sobre los tejados de zinc y los síndromes de Napoleón se reproducen entre las Tullerias y el Arco del Triunfo. De hecho, éste último sigue empaquetado por arte e ingenio de Christo, hasta la improvisada mañana de Reyes del 4 de octubre, que devolverá el arqueado perfil al parisino circuito del Tour.

Turistas y paseantes admiran el baile de los pliegues y los juegos chinescos de las farolas. Un solitario vals a medianoche. Cámaras y móviles inmortalizan la textil estampa. Pero, a medida que avanza la madrugada, la soledad se refleja sobre los adoquines humedecidos. Varias patrullas de policía acordonan la plaza y furgonetas con operarios y camiones de transporte se preparan para desenvolver el regalo de Christo. Preparados con su traje de trabajo y arneses comienzan a desvestir al triunfo. Los primeros rayos despuntan al amanecer, cuando las telas dejan al descubierto la nada. El Arco del Triunfo se ha esfumado ante las caras de asombro y estupefacción de operarios y policías. Por el paseo de los Campos Elíseos, baja sonriente y satisfecho con chistera y levita, el increíble Arsene Lupin.

Y así un hombre cualquiera descubre a una decimonónica Nicole Kidman buscando bajo las sábanas que cubren los muebles del salón con un aroma a recién pintado.