sábado, 29 de julio de 2017

Lo sureño de los abrazos



Un hombre cualquiera con un conseguido acento bordelés testifica con rotundidad que para comprender el amor hay que ir al sur.

Alargada es la sombra de la torre Eiffel, donde los corazones comienzan a palpitar al unísono, conjugándose  en primera persona del plural. La fuerza cardiaca impulsa la historia que comienza a avanzar por tierra, mar y aire; da igual el medio y el modo, porque todos los caminos acaban entrelazándose en un único abrazo. Y abrazados junto a la Puerta de Alcalá, esperan los aterrizajes de cigüeña que les recuerdan que todo empezó, en un veraniego mes de agosto, en la orilla del parisino Sena.

'La sombra Eiffel', imagen cedida por Alicia R. Munier


Una década después el futuro se convierte en realidad. Las postrimerías del Mediterráneo salan la playa de Getares, mientras las campanas de la Plaza Alta llaman a la celebración a propios y extraños. Las veletas danzan con el viento de poniente, que envuelve la tierra firme en una refrescante brisa marina. Todo ello, bajo un tamizado azul cielo, que se extiende desde Estambul hasta Algeciras, dónde la cúspide de una torre de Babel acoge un esperanto sin necesidad de intérpretes, ni traductores. El tintineo de las copas al brindar salpica de notas un pentagrama por componer, con los recuerdos que aún están por imprimirse sobre los álbumes de fotos.

Y así un hombre cualquiera resuelve que la suma de una más uno es la verdadera fórmula de la felicidad.

viernes, 14 de julio de 2017

Lo tratado del corazón



Un hombre cualquiera observa desde el balcón el cerrado del afrancesado estanco La Estafeta, por el nupcial tratado del 14 de julio.

El castillo de Montaigne estaba engalanado con guirnaldas y las banderas de Francia y Navarra (incluso alguien hizo bromas con izar la ikurriña). La boda era por lo civil y lo criminal con un cuarteto de cuerda que compuso un hilo musical cinematográfico. Fermín (sin látigo a mano) entró con la BSO de Indiana Jones al salón y, tras los rigurosos 10 minutos de espera, apareció la pequeña de apenas un año con las alianzas que unían los nombres de sus padres al 14 de julio. Justo detrás, la radiante Margot apareció del brazo de un orgulloso padre al ritmo de la BSO de Amelie. La emotiva ceremonia entre lágrimas, risas e intercambio de anillos unió a los novios, que salieron del brazo con la Marcha Radetzky y todos aplaudiendo al ritmo de la música.

Ya caída la noche y gastado el pantagruélico festín. La solemnidad alzó las copas de ambas familias para el brindis, mientras la parte francesa entonaba la Marsellesa para celebrar la segunda fiesta más importante del día. Tras ellos la familia pamplonica hizo lo propio. Se anudaron el pañuelo rojo al cuello y cantaron el "pobre de mí", justo cuando el reloj marcaba la medianoche. El brindis resquebrajó los Pirineos para acercar, independientemente del motivo de sus latidos, aquello que se hace con el sentido impulso del corazón.

Y así un hombre cualquiera imagina el ascenso de las fugaces burbujas del consumido Moët & Chandon, mientras el reloj de la plaza mayor de Pamplona anuncia el final de San Fermín

Otros 14 de julio...

sábado, 1 de julio de 2017

Lo feriado de la infancia



Un hombre cualquiera acude a la feria con la soñadora en pijama para celebrar el solsticio de verano.

En un momento, mientras la gente pasea entre las casetas y las atracciones, un hombre cualquiera se pierde y se fija en una niña de coletas, gafas de pasta y un enorme algodón de azúcar rosa. La pequeña, a su vez, está ensimismada con un mago con chistera. El fotógrafo del periódico local inmortaliza el momento, que describirá con el siguiente pie de foto: "un mago entre algodones de azúcar". Por su parte, el mago basaba su concentración en las esencias e inciensos de la escribana árabe, que convertían su puesto en una occidentalizada embajada del próximo oriente.

Sobre una silla flamenca, la mujer barbuda se mesaba el bigote, después de imprimir su carmín sobre la afeitada cabeza del hombre forzudo, que abrillanta con fruición sus pesas. Al otro lado de la mesa, la pitonisa echa las cartas al armado vaquero, al que le confirma su próxima admisión en el séptimo de caballería. Todo estaba envuelto con ese olor a infancia, que le contagia con el síndrome de Peter Pan entre manzanas de caramelo, globos de helio y farolillos de colores.

Y así un hombre cualquiera descubre a la desconocida niña con pijama que soñaba con la felicidad cada vez que sopla las velas de cumpleaños.