jueves, 13 de junio de 2019

Lo robado del infinito


Un hombre cualquiera encuentra en los paseos marítimos una frontera entre lo humano y lo infinito.

El pescador tira la caña con la esperanza de robarle inmensidad al mar. Lo intenta cada día, cómo un castigo bíblico. Justo antes de que el viento de poniente seque por completo sus aparejos, rescata algunas lágrimas en un frasco de cristal; antes que vuelvan a los dominios de Neptuno. Mientras, en los últimos minutos del día, el sol agoniza en el ocaso. Él presta atención para escuchar la encarnizada batalla entre el sol y el mar. Las brasas chirrían ante el progresivo hundimiento con el que el cielo enviuda cada atardecer. El pescador recoge sus pertenencias y vuelve a su hogar. Inconscientemente, durante el camino, se agarra su bolsillo izquierdo, que guarda una ínfima parte de mar.

'La frontera de Neptuno'


Convencido de la derrota solar se acuesta sin cerrar las contraventanas. Pero, una mañana más, los rayos del sol se magnifican al reflejarse sobre los vidrios de la estantería. Los reflejos de cada una de las gotas que atesora le recuerdan que aún le quedan batallas por abordar hasta que la guerra termine.

Y así un hombre cualquiera se queda fijamente mirando la línea del horizonte para diferenciar el cielo de su oleado reflejo.

lunes, 10 de junio de 2019

Lo coronado del pódium


Un hombre cualquiera alcanza el pódium sin subir el Mont Ventoux, ni pisar los Pirineos.

Era una veraniega sobremesa de julio de 1992, cuando un grupo de arqueólogos buscaba los orígenes de Europa, armados con brochas, cuerdas y cinceles. Atapuerca comenzaba a rodar al ritmo de las primeras etapas del Tour de Francia. Las siestas de los arqueólogos se tornaban imposibles a medida que Induráin escalaba puestos en la clasificación. Y el insomnio ciclista fue recompensado al coronar la sima de los huesos. Entonces apareció el primer cráneo completo de la excavación. Un botellín de bicicleta le sirvió para su bautismo, bajo el nombre de Miguelón

Era una primaveral noche de mayo de 2019, cuando recibí con honores republicanos una pieza de arqueología ciclista, sentado en la bicicleta estática y sin maillot amarillo. Una azafata en pijama me felicita en un pódium improvisado y me hace entrega del ansiado león de los ganadores del Tour de Francia. Gemelo de aquellos que durante cinco años consecutivos abrazó el mismísimo Induráin. Y que obviamente no podía tener otro nombre; que Miguelón.

Y así un hombre cualquiera se siente como si hubiera conseguido atravesar de amarillo la meta de los campos Elíseos.