Un hombre cualquiera encuentra en los paseos marítimos una frontera entre
lo humano y lo infinito.
El pescador tira la caña con la esperanza de robarle inmensidad al mar. Lo
intenta cada día, cómo un castigo bíblico. Justo antes de que el viento de
poniente seque por completo sus aparejos, rescata algunas lágrimas en un frasco
de cristal; antes que vuelvan a los dominios de Neptuno. Mientras, en los
últimos minutos del día, el sol agoniza en el ocaso. Él presta atención para
escuchar la encarnizada batalla entre el sol y el mar. Las brasas chirrían ante
el progresivo hundimiento con el que el cielo enviuda cada atardecer. El
pescador recoge sus pertenencias y vuelve a su hogar. Inconscientemente,
durante el camino, se agarra su bolsillo izquierdo, que guarda una ínfima parte
de mar.
'La frontera de Neptuno' |
Convencido de la derrota solar se acuesta sin cerrar las contraventanas.
Pero, una mañana más, los rayos del sol se magnifican al reflejarse sobre los
vidrios de la estantería. Los reflejos de cada una de las gotas que
atesora le recuerdan que aún le quedan batallas por abordar hasta que la guerra
termine.
Y así un hombre cualquiera se queda fijamente mirando la línea del
horizonte para diferenciar el cielo de su oleado reflejo.