sábado, 25 de julio de 2020

Lo destilado de la realeza


Un hombre cualquiera abre el mini-bar de su habitación de hotel con vistas a las aguas del londinense río Támesis.

La colección de botellitas ordenadas, cuidadosamente, en el refrigerador parece un minúsculo expositor de un pub inglés. Resulta llamativa la transparencia de la réplica de una de las botellas con un beefeater dibujado en su etiqueta y, claro, estando en la ciudad del Big Ben, la bebida elegida debe ser un London Gin. Todo ello sin que las ideas políticas discutan con los gustos espirituosos, incluso las segundas pueden negociar puntos comunes sobre las primeras, siempre que se beba con moderación. El equilibrio etílico puede promover acercamientos entre republicanos convencidos y monárquicos acérrimos. Atraer posiciones entre los progresistas socialdemócratas y los conservadores radicales. O, también, extender acuerdos  entre laicos por la gracia de Dios y los meapilas más puritanos. Eso sí, la embriaguez desmedida puede provocar todo lo contrario. De hecho, la cafetería del Parlamento británico, escenario de beodos espectáculos y argumentos peleones, cuenta a la altura del zócalo con un cartel indicando la salida a aquellos que abandonan la estancia a gatas.

La reina Isabel II de Inglaterra, la segunda reina más colorida de la Familia Real británica después de Freddy Mercury, conocedora del talante negociador de las bebidas alcohólicas, tomadas con responsabilidad, ha comercializado su propia ginebra. Una bebida exportada, en la Edad Media, por Guillermo III, desde Holanda, y, posteriormente, importada, en la época victoriana, a la India para crear el gin and tonic contra la malaria y el paludismo de los soldados británicos. Así, Isabel II, inspirada por el zumo de gálbulas y enebrinas del enebro y aromatizada por especias, herbales y flores de los jardines reales, ha destilado el Buckingham Palace Gin. Eso sí, en formato de 70 centilitros para disminuir la embriaguez y fomentar la razonable negociación entre los miembros de la Muy Leal al Gobierno de su Majestad y los miembros de la Muy Leal a la Oposición de su Majestad.

Y así un hombre cualquiera brinda con el cristal de la ventana, empapado de gotas de lluvia, por una larga vida a la pérfida Albión.

lunes, 20 de julio de 2020

Lo lunático de las pedaladas



Un hombre cualquiera se cruza con un pelotón de ciclistas serpenteando la carretera que mide el perímetro del embalse de Barrios de Luna.

El asfalto de Madrid surcado por un pelotón camino de Valladolid inauguraba la primera edición de la Vuelta Ciclista a España. A mediados de la década de los 30, entre aquellos 50 aventureros sobre dos ruedas se encontraba el ciclista belga, Gustaf Deloor. A la sazón, 3431 kilómetros después, el campeón a pesar de las etapas de más de 250 kilómetros, la pesada bicicleta de hierro y el lastre de las herramientas y parches. De hecho, al cruzar la meta tomó impulso y se hizo con la segunda edición de la Vuelta en 1936. Y siguió pedaleando por la vieja Europa haciéndose con alguna victoria en el Tour de Francia. Pero, los mástiles de las esvásticas inutilizaron los radios de su bicicleta y le convirtieron en prisionero de los cruentos campos de concentración. Aquellas duras etapas  bajo la sombra de las chimeneas, sin embargo, dejaban un resquicio para los rayos de sol. Iluminados sus victoriosos laureles de campeón le llevaron a aprobar un examen para prisioneros belgas dentro de la estrategia de la Flamenpolitik. Y pudo liberarse para volver a casa. Allí, su futuro giró en torno a un pingüe negocio de neumáticos, pero sin parches todo acabó pinchando.

Y caminito de ultramar dejó a una Europa en plena pájara, perdida entre las pesadillas de posguerra. Al otro lado del Atlántico, el sueño americano se erigía en una estatua a la Libertad, que empuñaba una antorcha para iluminar el futuro de Gustaf Deloor, a través de la Ruta 66. Y al final de la Main Street of America alcanzó una inesperada meta en la soleada California. Allí se enfundó el dorsal de la empresa Marquardt Coporation en calidad de operario de motores dentro del proyecto Rockets. A pesar de tener los pies pegados a sus pedales, su contribución fue fundamental para crear el sistema de propulsión que llevaría al Apolo XI desde el Centro Espacial John F. Kennedy hasta articular un gran paso para la humanidad. Mientras Amstrong, Aldrin y Collins alunizaban el 21 de julio de 1969, el mecánico belga volvía a su tierra natal después de dos décadas y haber llevado al hombre a la Luna.

Y así un hombre cualquiera observa el reflejo del satélite sobre el pantano con el que comparte nombre en una casual y homográfica homofonía, en el 51º aniversario del alunizaje del Apolo XI.

martes, 14 de julio de 2020

Lo emocionado de las noticias

Un hombre cualquiera se queda absorto con una fotografía vacía de la plaza del Ayuntamiento de Pamplona en el último día de las fiestas.

Fermín pasea de la mano de Margot sobre el empedrado de la calle Estafeta con Amélie sobre sus hombros. Los tres enfundados de blanco con el pañuelo rojo al cuello y una mascarilla con una sonrisa dibujada sobre la boca. Los escasos transeúntes extrañan a propios y extraños a pocas horas de agotarse la semana grande. Faltan vallas en el recorrido del encierro, el bullicio es un rumor susurrado y los locales cerrados dejan sin alma a la ciudad.

De camino a casa las calles parecen más calmadas aún, hasta que llegan al hogar familiar. Allí, la familia de Fermín está revolucionada despejando la salida al balcón y los accesos a la ventana. Toda la ciudad se ha citado para cantar al unísono el 'Pobre de mí', asomados a los alféizar y terrazas. Margot y familia se hacen con la ventana del estudio. Colocan velas encendidas y se desatan los pañuelos anudados al cuello. Mientras padre e hija entonan la canción, la madre saca del bolsillo un pequeño pañuelo rojo con la inscripción: "San Fermín 2021" con un chupete amarrado a uno de los extremos. La emoción sumada a lo descafeinado de las fiestas encharcó los ojos de familia y vecinos con la buena noticia.

Y así un hombre cualquiera comienza a dibujar personajes sobre la foto del periódico para vaciar la soledad.

¿Y qué ocurrió otros 14 de julio?

sábado, 4 de julio de 2020

Lo oculto de los eclipses

Un hombre cualquiera  escucha por la radio la noticia del eclipse lunar, justo en el 51 aniversario del alunizaje de Amstrong, Collins y Aldrin.

El locutor anuncia que el eclipse alcanzará su punto máximo entorno al amanecer del domingo. Así las dos caras de la luna, por unos minutos, estarán ocultas para los miopes terrícolas. La noticia incluye la explicación sobre la cara oculta de la luna, que se propicia por las libraciones durante el periodo sideral, los 28 días entre cada luna, y el parejo movimiento de rotación y traslación. La combinación de movimientos y oscilaciones agazapan la calma de la cara oculta, surcada por los mares Australe, Moscoiense, Orientale e Ingenii. Y, también, dónde se sitúan los principales y más grandes cráteres y circos lunares. 

La Unión Astronómica Internacional que se ocupa de lo extraterrestre y lo científico, ha homenajeado, históricamente, a los profesionales de la Ciencia, poniendo sus nombres a cuerpos celestes, descubrimientos espaciales y accidentes geográficos selenitas. Pero frente a los agujeros negros del espacio, los homenajes pueden contener borrones también. Y la IAU se ha topado con la nomenclatura de los cráteres de Lenard y Stark, que habían sido dedicados a dos importantes científicos alemanes. Los nombramientos ya resultaban paradigmáticos por adjudicarles elementos geográficos de la cara oculta selenita; quizá para esconderles a los ojos de la Tierra por su apoyo a la causa nazi. Este hecho ha terminado por arrebatarles sus honores galácticos. De nada han servido sus aportaciones sobre los campos eléctricos y los rayos catódicos o sus Nobel de Física, porque han sido todos devaluados por sus ideas antisemitas, su alineamiento con el Fürher y sus ataques a colegas, como al mismísimo Albert Einstein. Por todo ello, el Grupo de Trabajo para la Nomenclatura Lunar busca propuestas para renombrar a los cráteres. Y ya que el satélite tiene nombre de mujer, los nuevos nombres podrían ser de científicas. Y al ser en la cara oculta sería una maravillosa metáfora del injusto lugar histórico al que han sido relegadas las mujeres.

Y así un hombre cualquiera vuelve a posar los pies en la Tierra al pinchar en la radio 'Fly me to the Moon'.