Un hombre cualquiera abre el mini-bar de su habitación de hotel con vistas a las aguas del londinense río Támesis.
La colección de botellitas ordenadas, cuidadosamente, en el refrigerador
parece un minúsculo expositor de un pub inglés. Resulta llamativa la
transparencia de la réplica de una de las botellas con un beefeater dibujado en
su etiqueta y, claro, estando en la ciudad del Big Ben, la bebida elegida debe
ser un London Gin. Todo ello sin que las ideas políticas discutan con los
gustos espirituosos, incluso las segundas pueden negociar puntos comunes sobre
las primeras, siempre que se beba con moderación. El equilibrio etílico puede
promover acercamientos entre republicanos convencidos y monárquicos acérrimos.
Atraer posiciones entre los progresistas socialdemócratas y los conservadores
radicales. O, también, extender acuerdos entre laicos por la gracia de Dios
y los meapilas más puritanos. Eso sí, la embriaguez desmedida puede provocar
todo lo contrario. De hecho, la cafetería del Parlamento británico, escenario
de beodos espectáculos y argumentos peleones, cuenta a la altura del zócalo con
un cartel indicando la salida a aquellos que abandonan la estancia a gatas.
La reina Isabel II de Inglaterra, la segunda reina más colorida de la Familia Real
británica después de Freddy Mercury, conocedora del talante negociador de las
bebidas alcohólicas, tomadas con responsabilidad, ha comercializado su propia
ginebra. Una bebida exportada, en la Edad Media, por Guillermo III, desde
Holanda, y, posteriormente, importada, en la época victoriana, a la India para
crear el gin and tonic contra la malaria y el paludismo de los soldados británicos.
Así, Isabel II, inspirada por el zumo de gálbulas y enebrinas del enebro y
aromatizada por especias, herbales y flores de los jardines reales, ha
destilado el Buckingham Palace Gin. Eso sí, en formato de 70 centilitros para
disminuir la embriaguez y fomentar la razonable negociación entre los miembros
de la Muy Leal al Gobierno de su Majestad y los miembros de la Muy Leal a la Oposición
de su Majestad.
Y así un hombre cualquiera brinda con el cristal de la ventana, empapado de gotas de lluvia, por una
larga vida a la pérfida Albión.