Un hombre cualquiera recuerda el tiempo donde la felicidad
se proyectaba a un módico precio cada noche.
El show debe continuar, pero, muchacho, el punto de enfoque lo
han perdido. Mejor dicho, se han liberado para proyectar nuevas aventuras en
ocho y medio y formato panorámico. No se equivoquen, no es una derrota, porque
los que se creen ganadores no sabrán encontrar la salida del laberinto. El
proyector será una luz al final del túnel, que les deslumbrara, como cuando le
das las largas a un conejo en una carretera secundaria.
Ellos seguirán un camino, que no será fácil, pero lo
compartiremos. Cada etapa, cada centímetro necesitara de esfuerzo y tinta, en
un guión improvisado, para construir los recuerdos más allá del lugar común que
nos unió en una película sin nominaciones a los Goya. Y llegaremos, exhaustos pero contentos, a un
Obradoiro sin compostelana, pero con el gozo del que alcanza el fin del mundo;
donde plantearse nuevas metas.
Y así un hombre
cualquiera ensambla los lugares comunes salpicados de felicidad, que la
caprichosa memoria recopila sobre una aterciopelada butaca de cine.