lunes, 20 de agosto de 2018

Lo laureado de la eternidad

Un hombre cualquiera consigue la eternidad al convertirse en César de la antigua Roma.

El sol del mediodía iluminaba las sienes. Las que atesoran las instantáneas de cuando sólo eran aspirantes al coro del Gaudeamus Igitur. Hoy, aquellas sienes son abrigadas con los laureles de otra victoriosa batalla. Todo un honor. El honor de la laureada corona que reside, no en su valor, sino, en las manos que la imponen. Las manos de un ejército de élite forjado en la atlántica Gallaecia, donde se encuentra el fin del mundo...

O, quizá donde se encontrar la gloria de Roma. Aquella que se paladea en el vino de Baco y se vitorea desde las gradas del Coliseum. Y, sobre todo, la que se enmarca en las viñetas épicas, que se firman con la tinta que escribe nuestra Historia.Los que lo recordarán, te saludan.

Y así un hombre cualquiera vuelve de madrugada, dibujando con la sombra de su toga los pasos que marcan el camino para regresar al Finis Terrae.

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