domingo, 14 de enero de 2024

Lo divino de lo urbano

Un hombre cualquiera aprovecha un día de asueto para admirar la cotidianidad de la ciudad.

La cotidianidad de la ciudad obvia los detalles que reconstruyen a diario su inmortalidad. La admiración de los turistas ocasionales descubren lo extraordinario de lo diario. Por ejemplo, los juegos de palabras de los carteles de los negocios. Algunos irónicos, como el que recuerda al pirómano Nerón para nombrar a un almacén de extintores. O, más literarios, como la agencia de viajes, que apadrinó el mismísimo Phileas Fogg en su última apuesta para dar la vuelta al mundo. En las intersecciones, las placas de las calles pasan desapercibidas por los sobrenombres que invisibilizan la oficialidad del callejero. Así la plaza de la Cruz Roja obvia al corrupto Borbón por mucha gracia de Dios, que le otorgue a su graciosa majestad su trono y su cetro. Y, sin necesidad de reconocimientos, las huellas del pasado se petrifican sobre los adoquines y el blanco y negro de las fotos se colorea por las anécdotas y vivencias de los que antes habitaron sus edificios, pasearon sus aceras y brindaron por la eternidad.


Las estatuas de los poetas encuadran sus versos al rodear lo circular de las rotondas que presiden. El eco de los aplausos de los teatros se camuflan en el viento de cara para refrescar lo adormilado de las mentes. Y el aroma a recién pintado de las fachadas se derrama por las pituitarias a través de lo coloreado de las brochas. Las mismas que sostienen unos pintores con alma de artista, desde sus salpicados zapatos hasta sus artísticos bigotes a lo Dalí. El perfume a nuevo de lo reformado es la ducha reparadora de las ciudades para rejuvenecerse a pesar de las arrugas.


Y así un hombre cualquiera inmortaliza la cotidianidad para admirar lo urbano y lo divino.

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