lunes, 13 de abril de 2015

Lo encapsulado de abril



Un hombre cualquiera envía un telegrama contra el olvido con acuse de recibo a la antigua Avenida de la República, ahora Paseo de Felipe VI.


El 14 de abril de 1939 un ermitaño republicano descubrió que la guerra había terminado, los aviones ya no bombardeaban enemigos y los tiros y cañonazos se habían silenciado de la banda sonora de la península. Un huérfano mástil buscaba el abrigo de la tricolor ante las nubes negras que asolaban y oscurecían cada centímetro del valle; sí, la guerra había terminado, pero comenzaba a fraguarse el olvido. Era el día más triste de la república, pero, embargado por el espíritu republicano, el ermitaño descorchó un reserva del 31. Mirando a su alrededor, encontró objetos, escritos y recuerdos que se negaba a exiliar de su lugar de origen.


Entendió que la luz del pasado podía iluminar el futuro y comenzó a recabar aquello que la República le había aportado en su lustro de vida. Su artesanal cápsula del tiempo comenzó a llenarse con lo que había sobrevivido en aquel acorazado búnker: un ajado libro de la Institución Libre de Enseñanza, cómo el que su sobrino se había llevado a Rusia desde el puerto de Bilbao; una factura escrita a mano y en pesetas de las viandas compradas en uno de los puestos del mercado de Guernica; un dorado reloj de cuerda de la joyería Moscú, que había perdido la cordura a la hora del ángelus; un amarillento ticket de entrada para el Prado, del día que descubrió la goyesca metáfora de 'Duelo a Garrotazos';  una poética postal en verso en grito con un simbólico sello de la estatua de la Libertad;  y, cómo no, el corcho del reserva del 31, una cosecha que embriagó con el progreso y la innovación a un pueblo que no supo degustar ese desconocido maridaje.


Y así un hombre cualquiera se propone crear con sus historias reales y experiencias ficticias su particular cápsula del tiempo antes de que le intenten robar el mes de abril.

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