Un hombre cualquiera se encamina a la pradera con chaleco, gorra, bigote, un clavel ajado en la solapa de la mano de sus chulapas.
El autobús urbano avanza por la avenida repleto como un puesto de rosquillas. Los cuatro gatos se rodean de exóticos leones, pumas, leopardos, tigres, panteras y jaguares, que se convierten en autóctonos entre lunares y patas de gallo. Al llegar a la parada de la plaza de Marqués de Vadillo, el ambiente festivo marida entre el ritmo del organillo, los chinchines orientales y los acordes latinos. Los brindis castizos y de importación se traducen sin necesidad de intérpretes en la torre de farolillos de Babel. El epicentro del jolgorio chulapo se extiende desde la pradera a las Vistillas, impulsado por la vital vecindad de las corralas. Hogareñas colmenas que acogen y abrazan con el espíritu comunal de otros tiempos en los que las redes sociales eran de carne y hueso. A la sombra del puente de Toledo, bañado de un fluido tránsito de goyescos y chulapas sobre el Manzanares, Lili y Néstor juegan sobre el césped con Rocín y Flaca. Han asentado su campamento, algo apartado del bullicio, para convertir el 15 de mayo en la fecha que Lili le pide matrimonio a su tatuado chulapo. La planeada siesta se soñará con los ojos abiertos planeando la celebración al calor de los dragones y los altos vuelos del quetzal. Todo ello, sobre el verdor de la carabanchelera pradera. La misma que se extiende hasta Vallecas, donde Almudena y Paco reciben a los habitantes de la residencia para que celebren al patrón en el jardín con entremeses y vasitos de salmorejo. Victoria va inmortalizando la fiesta para el álbum de recuerdos que en unas semanas estará en el salón de la televisión. Una dura competencia durante varios días para el Pasapalabra y el parte de la noche.
La marabunta de cabezas, gorras y pañuelos avanza al son de las campanadas del mediodía. Y, también, resuena el eco de las atracciones y altavoces con un improvisado hilo musical, que llega incluso a las inmediaciones del Matadero. Allí las británicas pecas de Gloria y la brillante sonrisa de María han convertido un hueco de sombra para comer y practicar los primeros pasos de “chotis” con Vera. Gloria atesora en la cesta las preciadas rosquillas que compró por la mañana en la pradera. Sin duda, las adquirió en uno de los puestos más madrugadores, el de Manuela. Allí esperaba la tendera a su clientela con su enlacado peinado del que florece un encarnado clavel, con sus graciosos eslóganes de venta y con sus precios asequibles (y nunca populares); que le convierten en un clásico del mercado de San Isidro. Obviamente, ya tiene a buen recaudo su cartel de las fiestas para su colección, que le recuerda a su hogar y siempre en la memoria a su artista, Mercedes, que ilustra su vida con pinceladas biográficas.
Y así un hombre cualquiera se inmortaliza con la emperatriz berciana y la heredera del imperio entre los amigos de siempre de la pradera.
Inspiración castiza con Mercedes deBellard
¿Te acuerdas de otros San Isidro?