lunes, 22 de junio de 2015

Lo veraniego del calendario

Un hombre cualquiera clausura la primavera sentado en una terraza a la espera de su propia protagonista del sueño de una noche de verano.

Era una verbena estival con una improvisada orquesta con los tintineos de copas y los tercios apoyándose en la barra del bar. El trasiego de los camareros, las charlas acomodadas en el giste de la cerveza y sobre todo lo luminoso de las bombillas completaban el escenario; que se ordenaban caóticamente en la memoria visual. Lo veraniego del calendario le otorgaba al sitio el calor de los lugares de los que nunca quieres irte. El verano ya se rozaba con las yemas de los dedos y un nocturno aroma de San Juan acechaba en las encendidas mechas de las velas. No iba a ser un año sin verano.

Ella apareció en escena. Al verla el corazón de él se encendió, como un pebetero, para inaugurar el primer beso del verano. La frescura de su vestido, que cabía todo en una nuez, hizo subir unos grados lo encarnado del mercurio y de las mejillas de él, que desesperaba detras de un tercio, agotado por la sed. Ella volvía a ser morena y a sonreír con la ingenuidad de la fugaz juventud. Era la primera cita de su séptimo aniversario.

Y así un hombre cualquiera se prepara para el séptimo acto dejándose llevar por lo que Shakespeare imaginó de la soñadora en pijama.

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