Un
hombre cualquiera observa desde el balcón el cerrado por San Fermín del
afrancesado estanco La Estafeta.
Hoy
es 14 de julio. Margot ilumina los adoquines del casco viejo con un
resplandeciente atuendo blanco con fajín y pañuelo carmesí, todo ello, a juego
con la tricolor francesa sobre la mejilla izquierda. Desde hace más de 27 años
cuenta con un acuerdo, apuntalado por las puntiagudas astas de un miura zaino, con
su marido, Fermín; un jocoso pamplonica con nombre de santo y un corazón tan
grande que se oye latir desde la cuesta de Santo Domingo, a pesar de que esté a
miles de kilómetros de Iruña. El estable contrato conyugal rubrica que Margot y
Fermín acudirán a la patria grande de la
primera y a la patria chica del segundo cada año alterno sin intromisión
bisiesta, es decir, que un año ensalzarán la libertad, la igualdad y la fraternidad
y que otro año pedirán la bendición del santo.
Margot
aprovecha un descanso, refrescándose en una abarrotada terraza de la plaza del
Castillo, para felicitar a los suyos al otro lado de los Pirineos. Los galos
brindan al unísono, como en una pantagruélica comida al estilo de Obelix,
provocando el jubiloso chapoteo del burdeos dentro de la claridad de Bohemia. Mientras,
en Pamplona, un entristecido pelotón de discípulos alzan su pañuelo al santo,
entonando el '¡Pobre de mi...!', porque quedan 358 días para el próximo San
Fermín.
Y
así un hombre cualquiera imagina las velas en la plaza del Ayuntamiento,
recortando a golpe de guillotina las últimas horas de la semana grande.
Otro 14 de julio...
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