lunes, 9 de noviembre de 2015

Lo sempiterno del faro



Un hombre cualquiera de camino al cementerio, el uno de noviembre, observa ramos de flores en varias cunetas sin lápida pero con vidas a las que les robaron el futuro.

Los ojos vendados les dejaron recordar lo que el tiempo les dejo hilvanar con sus agujas. El intermitente faro iluminaba la goyesca escena, mientras los antagonistas cargaban las escopetas en primera línea de playa. ¡Fuego! Gritó nervioso el cabecilla. Un resorte les hizo arrodillarse y una bala sin puntería rozó la sien del más bajo. Su venda se alzó levemente. El haz del faro ilumino a sus asesinos, que había visto crecer en la última fila de pupitres, casi sin darse cuenta.

El rigor histórico lo aportan los perdedores, que salan con su testimonio la edulcorada narración de los vencedores. Sin duda, la historia avanza paralela y concéntrica al pasado que la precede. Imita a la lengua de las mariposas que nos enseñó Don Gregorio, interpretado por el sempiterno Fernando Fernán Gómez, en las postrimerías de la guerra civil. Nuestra historia, sus vidas y el pasado necesitan recopilarse y contarse a los que no  la conocen, para que nunca repitan lo que otros quisieron que olvidáramos. Y el descuido de la memoria necesita de Cuerda, de Rivas, de Pérez Reverte y de todos aquellos que impidan que acabemos corriendo detrás del camión gritando inconscientemente: "¡ateo, rojo, ornitorrinco, espiritrompa...!"

Y así un hombre cualquiera entiende la necesidad del descanso de los que se han ido para honrar su memoria personal, familiar y, sobre todo, nuestra Memoria Histórica.

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