Un hombre cualquiera de camino al cementerio, el uno de noviembre, observa
ramos de flores en varias cunetas sin lápida pero con vidas a las que les
robaron el futuro.
Los ojos vendados les dejaron recordar lo que el tiempo les dejo hilvanar
con sus agujas. El intermitente faro iluminaba la goyesca escena, mientras los
antagonistas cargaban las escopetas en primera línea de playa. ¡Fuego! Gritó
nervioso el cabecilla. Un resorte les hizo arrodillarse y una bala sin puntería
rozó la sien del más bajo. Su venda se alzó levemente. El haz del faro ilumino
a sus asesinos, que había visto crecer en la última
fila de pupitres, casi sin darse cuenta.
El rigor histórico lo aportan los perdedores, que salan con su testimonio la
edulcorada narración de los vencedores. Sin duda, la historia avanza paralela y
concéntrica al pasado que la precede. Imita a la lengua de las mariposas que
nos enseñó Don Gregorio, interpretado por el sempiterno Fernando Fernán Gómez,
en las postrimerías de la guerra civil. Nuestra historia, sus vidas y el pasado
necesitan recopilarse y contarse a los que no
la conocen, para que nunca repitan lo que otros quisieron que olvidáramos. Y
el descuido de la memoria necesita de Cuerda, de Rivas, de Pérez Reverte y de
todos aquellos que impidan que acabemos corriendo detrás del camión gritando
inconscientemente: "¡ateo, rojo, ornitorrinco, espiritrompa...!"
Y así un hombre cualquiera entiende la necesidad del descanso de los que se
han ido para honrar su memoria personal, familiar y, sobre todo, nuestra Memoria
Histórica.
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