Un hombre cualquiera
envidia la inmortalidad de los actores que sobreviven a 24 fotogramas por
minuto con cada visionado de sus películas.
9 de diciembre de
1916, Ámsterdam. 'Si quieres la inmortalidad debes dedicarte al cine', debieron
pensar los padres de Kirk Douglas al abrazarlo por primera vez en su humilde
casa de madera del condado de Montgomery. Antes de irse, el padre vendió sus
últimos troncos de árbol para construir el primer escenario sobre el que su
hijo actuó por primera vez ante el público. El joven recitó el poema "Across
the Border". Tabla a tabla, Kirk llegó hasta Brodway para actuar en la
obra Spring Again. Pero, la fugacidad del teatro no puede compararse con la
inmortalidad del celuloide. Y halló en Hollywood el elixir de la eternidad mucho
antes de la última cruzada de Indiana Jones. Medio siglo más tarde, sobre la
mesa una tarta de cumpleaños con cien
velas esperan el deseo de Kirk Douglas, mientras echa las cuentas para alcanzar
a Matusalén. Lo de alcanzar a Jordi Hurtado, eso es otra película.
11 de diciembre de
1926, Madrid. Se inauguran, con su diseño art decó, su fachada esgrafiada y su
faro sin mar, los cines Callao, homenajeando con su nombre a la batalla naval
entre la Armada Española y las defensas peruanas de 1866. Una historia de
película como "Life aquatic", "Piratas del Caribe: la maldición
de la perla negra" o "20
leguas de viaje submarino", que protagonizó el eterno Kirk Douglas. El
alma marítimo de los cines resurge cada noche al encenderse el proyector. La
luz del foco ilumina la imaginación para que no encalle, como un faro alerta a
los barcos ante los acantilados. 90 años después, el faro sigue guiando a los
cinéfilos en mitad de la Gran Vía.
Y así un hombre
cualquiera disfruta de la eternidad, desde la comodidad del terciopelo de las
butacas, con una reposición de Espartaco de Stanley Kubrik.
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