domingo, 11 de diciembre de 2016

Lo inmortal de lo cinematográfico




Un hombre cualquiera envidia la inmortalidad de los actores que sobreviven a 24 fotogramas por minuto con cada visionado de sus películas.

9 de diciembre de 1916, Ámsterdam. 'Si quieres la inmortalidad debes dedicarte al cine', debieron pensar los padres de Kirk Douglas al abrazarlo por primera vez en su humilde casa de madera del condado de Montgomery. Antes de irse, el padre vendió sus últimos troncos de árbol para construir el primer escenario sobre el que su hijo actuó por primera vez ante el público. El joven recitó el poema "Across the Border". Tabla a tabla, Kirk llegó hasta Brodway para actuar en la obra Spring Again. Pero, la fugacidad del teatro no puede compararse con la inmortalidad del celuloide. Y halló en Hollywood el elixir de la eternidad mucho antes de la última cruzada de Indiana Jones. Medio siglo más tarde, sobre la mesa una tarta  de cumpleaños con cien velas esperan el deseo de Kirk Douglas, mientras echa las cuentas para alcanzar a Matusalén. Lo de alcanzar a Jordi Hurtado, eso es otra película.   

11 de diciembre de 1926, Madrid. Se inauguran, con su diseño art decó, su fachada esgrafiada y su faro sin mar, los cines Callao, homenajeando con su nombre a la batalla naval entre la Armada Española y las defensas peruanas de 1866. Una historia de película como "Life aquatic", "Piratas del Caribe: la maldición de  la perla negra" o "20 leguas de viaje submarino", que protagonizó el eterno Kirk Douglas. El alma marítimo de los cines resurge cada noche al encenderse el proyector. La luz del foco ilumina la imaginación para que no encalle, como un faro alerta a los barcos ante los acantilados. 90 años después, el faro sigue guiando a los cinéfilos en mitad de la Gran Vía.

Y así un hombre cualquiera disfruta de la eternidad, desde la comodidad del terciopelo de las butacas, con una reposición de Espartaco de Stanley Kubrik.

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