Un hombre cualquiera advierte de la
pérdida del sentido común, cuando el locutor de radio sentencia: "Este
país está de psiquiátrico".
La sombra de la cruz del Valle de
los Caídos es, más que alargada, eternamente oscura. Una oscuridad que tiznó el
interior de los nudos que procuraron dejar todo "atado y bien atado".
Pero la esperada putrefacción de la cuerda parece ser imperecedera y el ancla
del Azor sigue amarrándose fuertemente a las negruzcas profundidades. Allí
donde la amnesia de la transición se encalló y que hoy, mejor tarde que
nunca, necesita del diván de Freud para buscar un diagnóstico a los
egocéntricos trastornos mentales.
El urgente consejo médico del
locutor vino auspiciado por los titulares que avivan las ascuas del
belicismo. Asombrados, cada día, nos despertamos con ridículas peticiones de
borrado de poetas de las placas de las calles; o, afirmaciones rimbombantes de
que el dictador no mandó asesinar a ninguna persona desde su despacho del Pardo;
que fue la justicia, dicen. Llegados a estas alturas, ya deberíamos de saber que
tergiversar o borrar la historia nos hunde más, profundamente, en un
degenerativo alzheimer sin retorno y abocado al más absoluto de los olvidos.
Y así un hombre cualquiera pone la
radio en la ventana para que el eco de las ondas propicie el izado del ancla.
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