martes, 17 de octubre de 2017

Lo corrupto de las llamas



Un hombre cualquiera sabe a ciencia cierta que la mecha del pirómano es tan negra como el dinero con el que le financian la gasolina los corruptos.

A pesar de las cenizas, del humo y de los oscuros intereses hay que negar la pena, la pesadumbre y la impotencia de uno de los pueblos más valerosos con los que he convivido. Resurgirán de las cenizas del Fénix para reverdecer sus montes, emblanquecer las fachadas ahumadas y ponerle buena cara al mal tiempo (más necesario que nunca). Ciertamente, el baluarte de su grandeza reside en sí mismos y en la fortaleza conseguida por las mil batallas que han librado, sin atisbar nunca el final de la guerra. De hecho, cada vez que una negra sombra les asombra los gallegos se crecen para combatir al enemigo y defenderse contra viento, fuego y marea. 

Muchas han sido las sombras y las luchas: los ennegrecidos naufragios que tintaron playas, rocas y hasta el orgullo; los descarrilamientos de vidas hacia la bendición del Apóstol; o, la foracidad de las llamas a pulmón abierto; ninguna batalla, absolutamente ninguna, ha podido empequeñecer a los rumorosos de Breogán bajo la plácida luna. Como siempre, después del caos, deberán batallar, nuevamente, contra los ignorantes, los salvajes y los imbéciles; aquellos que no entienden que el monte es un patrimonio inviolable ante el fuego, ante los intereses económicos y, sobre todo, ante las artimañas legislativas de los diputados y gobiernos sin visión de futuro. Un futuro oculto tras los fajos de billetes de la mesa de sus despachos, tras la usura de su inmoralidad y tras sus cuentas corrientes con números negros como el tizón. Ojalá que el humo les nuble los sueños y sus pesadillas se vean nítidas por la claridad del infernal fuego que han provocado. 

Y así, un hombre cualquiera espera que, pronto, las lluvias y las lágrimas derramadas provean de vida a lo que nunca tuvo que ser pastos de las llamas.

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