lunes, 27 de mayo de 2013

Lo terapéutico de lo improvisado


Un hombre cualquiera se sumerge con la ropa puesta en una marea blanca de pancartas con un higiénico y cívico olor a hospital público.
 
Colgado de la barra de algún bar, al calor de una taza de café o haciendo la fotosíntesis en alguna terraza se puede recibir una práctica y saludable terapia de grupo con el simple y económico precio de la consumición y el pantagruélico marketing de una tapa. La sociedad sociópata, que nos rodea con su individualismo al otro lado del ratón y de las pantallas de bolsillo, elimina lo terapéutico de los vis a vis, que acaban encarcelándonos entre las cuatro paredes de ladrillo en alquiler o hipnóticamente hipotecados por la cobertura wifi.
 
Los titulados en la psicología de las bebidas espirituosas aportan consejos de ensayo-error que fomentan lo improvisado de una vida sin instrucciones ni manuales de autoayuda. Así, improvisando experiencias, se consigue una historia con el trepidante ritmo de una colorista película francesa y sin plagios facturados por la SGAE. Por ello, abusar de amigos y conocidos, con alevosía y nocturnidad, sirve para probar lo terapéutico de la compañía, que se añora cuando los kilómetros sin tiempo ni gasolina se convierten en distantes realidades paralelas.
 
Y así un hombre cualquiera se atavía con una bata blanca para dirigirse a su próxima terapia de grupo en bares abiertos hasta el amanecer.

lunes, 20 de mayo de 2013

Lo divino de lo diabólico

Un hombre cualquiera madruga para hacerse con la primera hornada del pan nuestro de cada día, bajo una otoñal lluvia de mayo, labrada en la pradera de San Isidro.
El paraguas intenta, parcialmente, proteger  de las rezagadas lluvias de abril, pero acaba salpicando por doquier, cuando unos fugitivos rayos de sol obsequian a las acacias una fotosíntesis de estraperlo. Los escasos viandantes se ocultan de la precipitada mañana, salvo un intrépido peatón vestido de blanco y con un rostro impertérrito ante el mal tiempo. Su cara extrañamente familiar pasaba inadvertida entre el desfile de telas impermeables con cancán y bastón.

 
Un hombre cualquiera, obviando el anonimato del paraguas, cruza su mirada con el conspicuo personaje, cuando el mismo rayo de sol proyecta la imposible sombra chinesca de las llaves de san Pedro sobre su pecho. La divina providencia solar le otorga identidad al familiar desconocido. ¡BERGOGLIO! (se dice así mismo)... Un clon del santo padre paseando campechanamente con su ABC y su hogaza de pan bajo el brazo, posiblemente, en misión evangelizadora en pleno barrio obrero. Unos pasos más adelante, una furgoneta de mudanzas engulle rotuladas cajas de cartón con recuerdos, sobresaliendo de una de ellas un diabólico tridente de plástico del último Halloween.
 
Y así un hombre cualquiera, al más puro estilo de Melvin Udall, camina a la panadería evitando pisar las líneas, entre el bien y el mal, de una acera contagiada de rubeola por las gotas de lluvia.

lunes, 6 de mayo de 2013

Lo homónimo de la lengua

Un hombre cualquiera sentado frente al televisor escucha de boca de Ana Blanco, en referencia a la situación económica, la descripción de 'crecimiento negativo'.
Las facultades de letras deberían crear, ya mismo, el Bloque de Alfabetizados Filólogos y Lingüistas Especializados. Sí, ¡BAFLE!, a voz en grito como si saliera de su homónima caja acústica. Y el motivo debe ser radicar esa manipulación absurda y egocéntrica de quiénes quieren modificar la realidad a su antojo y necesidades. Obviamente, estos sinuosos usos del idioma no son más que verdades alteradas o, diría más, falsedades agazapadas frente a la parcialidad de la sordera ideológica, que influye a un lado u otro según las mayorías de escaños.
 
Siendo sincero, siempre me ha resultado curioso que el sistema de comunicación verbal de una comunidad sea homónimo al órgano corporal que lo vocaliza sonoramente. Curioso y lógico, ciertamente.  La lengua de forma simbiótica articula lo que la lengua le ha enseñado a decir, así, incluso el sistema secuestra al órgano a través de las lecturas automatizadas, como les ocurre a los bustos parlantes frente al teleprompter del informativo.
Y así un hombre cualquiera le gusta jugar con la lengua siempre que el objetivo sea didáctico y constructivo.

jueves, 2 de mayo de 2013

Lo ingrávido de las pinacotecas


Un hombre cualquiera sólo entra a los museos que no prohíben las licencias artísticas  en los comentarios de  los ignorantes  visitantes de media tarde.
La gran ciudad cansa con la simple visión de su enormidad incluso a escala en el mapa de transportes, pero en su inmensidad acoge la cultura en pinacotecas del imaginario sobrehumano, recogido entre las cuatro molduras de marcos suspendidos en la ingrávida pared. Al adentrarnos en los santuarios del arte las pupilas engullen momentos únicos definidos por la percusión tintada sobre el lienzo o los enfoques calculados con escuadra y cartabón. Así, las obras describen retazos inmóviles de historias arañadas del tiempo por espectadores abstraídos por las musas.
Y entre verbalizadas explicaciones para ilustres ignorantes de la escanciadora de palabras y con las intuitivas interpretaciones artísticas de la fílmica norteña, un hombre cualquiera se doctora en el backstage de galerías del arte. Y también, sin noción alguna para enfocar el pincel sobre el lienzo, un hombre cualquiera se licencia en improvisadas reinterpretaciones del reflejo de la soñadora en pijama en la señal del extintor de incendios.
Y así un hombre cualquiera se toma la licencia artística de buscar a las musas en los inspirados talentos de reconocidos artistas.