jueves, 2 de mayo de 2013

Lo ingrávido de las pinacotecas


Un hombre cualquiera sólo entra a los museos que no prohíben las licencias artísticas  en los comentarios de  los ignorantes  visitantes de media tarde.
La gran ciudad cansa con la simple visión de su enormidad incluso a escala en el mapa de transportes, pero en su inmensidad acoge la cultura en pinacotecas del imaginario sobrehumano, recogido entre las cuatro molduras de marcos suspendidos en la ingrávida pared. Al adentrarnos en los santuarios del arte las pupilas engullen momentos únicos definidos por la percusión tintada sobre el lienzo o los enfoques calculados con escuadra y cartabón. Así, las obras describen retazos inmóviles de historias arañadas del tiempo por espectadores abstraídos por las musas.
Y entre verbalizadas explicaciones para ilustres ignorantes de la escanciadora de palabras y con las intuitivas interpretaciones artísticas de la fílmica norteña, un hombre cualquiera se doctora en el backstage de galerías del arte. Y también, sin noción alguna para enfocar el pincel sobre el lienzo, un hombre cualquiera se licencia en improvisadas reinterpretaciones del reflejo de la soñadora en pijama en la señal del extintor de incendios.
Y así un hombre cualquiera se toma la licencia artística de buscar a las musas en los inspirados talentos de reconocidos artistas.

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