Un hombre cualquiera sólo entra a los museos que no prohíben
las licencias artísticas en los
comentarios de los ignorantes visitantes de media tarde.
La gran ciudad cansa con la simple visión de su enormidad incluso
a escala en el mapa de transportes, pero en su inmensidad acoge la cultura en
pinacotecas del imaginario sobrehumano, recogido entre las cuatro molduras de marcos
suspendidos en la ingrávida pared. Al adentrarnos en los santuarios del arte
las pupilas engullen momentos únicos definidos por la percusión tintada sobre
el lienzo o los enfoques calculados con escuadra y cartabón. Así, las obras describen
retazos inmóviles de historias arañadas del tiempo por espectadores abstraídos
por las musas.
Y entre verbalizadas explicaciones para ilustres ignorantes
de la escanciadora de palabras y con las intuitivas interpretaciones artísticas
de la fílmica norteña, un hombre cualquiera se doctora en el backstage de
galerías del arte. Y también, sin noción alguna para enfocar el pincel sobre el
lienzo, un hombre cualquiera se licencia en improvisadas reinterpretaciones del
reflejo de la soñadora en pijama en la señal del extintor de incendios.
Y así un hombre cualquiera se toma la licencia artística de buscar a las musas en los inspirados talentos de reconocidos artistas.
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