lunes, 27 de mayo de 2013

Lo terapéutico de lo improvisado


Un hombre cualquiera se sumerge con la ropa puesta en una marea blanca de pancartas con un higiénico y cívico olor a hospital público.
 
Colgado de la barra de algún bar, al calor de una taza de café o haciendo la fotosíntesis en alguna terraza se puede recibir una práctica y saludable terapia de grupo con el simple y económico precio de la consumición y el pantagruélico marketing de una tapa. La sociedad sociópata, que nos rodea con su individualismo al otro lado del ratón y de las pantallas de bolsillo, elimina lo terapéutico de los vis a vis, que acaban encarcelándonos entre las cuatro paredes de ladrillo en alquiler o hipnóticamente hipotecados por la cobertura wifi.
 
Los titulados en la psicología de las bebidas espirituosas aportan consejos de ensayo-error que fomentan lo improvisado de una vida sin instrucciones ni manuales de autoayuda. Así, improvisando experiencias, se consigue una historia con el trepidante ritmo de una colorista película francesa y sin plagios facturados por la SGAE. Por ello, abusar de amigos y conocidos, con alevosía y nocturnidad, sirve para probar lo terapéutico de la compañía, que se añora cuando los kilómetros sin tiempo ni gasolina se convierten en distantes realidades paralelas.
 
Y así un hombre cualquiera se atavía con una bata blanca para dirigirse a su próxima terapia de grupo en bares abiertos hasta el amanecer.

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