Un hombre cualquiera nunca ha volado en avión porque no ha
surgido la ocasión y, también, porque le gusta tener los pies en la Tierra u
otros planetas.
Exterior día, cielo despejado sin una sola nube. Más que
avión, era una avioneta; bueno, más bien, era un mosquito metálico, por el
ruido, en la inmensidad del cielo azul. La huelga de turbulencias propicia las
piruetas y acrobacias del aeroplano, que recuerdan a una nadadora de
sincronizada, pero en plan lavado en seco a varios metros sobre el nivel del
mar.
Fotografía cedida por http://www.flickr.com/photos/evestylah |
Y después de dibujar sobre el lienzo atmosférico llega el
momento de volver a tierra firme. En mi mente, todos los aterrizajes rememoran,
una y otra vez, la mítica persecución a Roger O. Thornhill hasta que el avión
toma tierra y, obviamente, retoman su realidad tripulación y pasajeros. Y,
mientras tanto, el constreñido de Cary Grant recupera el aliento y se toma un
refrigerio en la cafetería hasta la próxima llegada; esperando que la niebla lo
oculte todo y le permita escaquearse, para tomarse una copa a medianoche, en el
Café de Rick.
Y así un hombre cualquiera busca vuelos de clase turista
para experimentar síndromes y poder llevar chanclas con calcetines.
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