Un hombre cualquiera escucha un quejoso motor de coche, tras
arrancar bajo una helada capa de escarcha, a primera hora de la mañana.
Era un seiscientos rojo con algunas magulladuras, cicatrices
de rodadas batallas en tablas, que le
aportan una entrañable personalidad a la vista de propios y extraños.
Lógicamente, los automóviles tienen alma de aeroplano, porque viajan
suspendidos en el aire sobre la segura red de sus neumáticos. El añejo rojo de su armazón le coloreaba con
un pantone único, sólo alcanzable por el carmesí de sus pintados labios. El
vintage estilo del auto se modernizaba por su tecnológica conductora, que
establece la ruta con mejores vistas en su aplicación de viaje, mientras sube
al mundo virtual su fotografiado reflejo en el retrovisor.
"El mar 600", cedida por http://www.flickr.com/photos/athelass85/ |
Las maletas más ligeras se abrazan en el maletero al ritmo
de un casete de grandes éxitos, rescatado para la ocasión del desván, y la baca
acomoda a los baúles, hipnotizados con la técnica Hitchcock contra el miedo al
vértigo. ¡Viajeros al tren!, piensa al hacer sonar la bocina; cuando, la vibración
del motor contagia a las ruedas que a paso firme comienzan el viaje, propiciando
sobre el tizón del asfalto una roja mecha a 100 kilómetros por hora.
Y así un hombre cualquiera imagina un viaje, sin meta ni destino, en una máquina del tiempo inspirada
por los futuristas diseños automovilísticos de Doc.
No hay comentarios:
Publicar un comentario