Un
hombre cualquiera aprovecha una soleada tarde de octubre para pasear por el Parque
del Buen Retiro, aislándose del enjambre de urbano.
El
lugar parece un cementerio de elefantes. "The autumn is here". Los
árboles, despojados de hojas y, sobre todo, del imperante verde de los meses previos,
dibujan huesudas figuras en un pálido ocre con esencia de marfil. Un banco
sirve de descanso en pleno paseo para leer algunos párrafos de "Cien años
de Soledad", pero la concentración se dispersa en una cabezada a media
tarde. En las profundidades de la siesta improvisada, un ruido de pisadas de
los veteranos del club de atletismo, que en la ensoñación son la manada de
Jumanji, le devuelven a la consciencia.
La
generación de letras de García Márquez son intercambiadas por una bolsa de
cacahuetes, que sirven de avituallamiento en el retomado paseo. Sin brújula ni
destino, los pasos decididos acaban descubriendo la tumba de Pizarro, un
elefante enterrado en pleno parque central, según cuenta la leyenda. Los
últimos rayos luchan en su eterna batalla contra la noche, cuando los operarios
del parque hacen sonar la sirena de cierre. Será la autosugestión, pero la
sirena suena a los barridos de un elefante en la lejanía.
Y
así un hombre cualquiera imagina conducir un paquidermo para aminorar el estrés
de una ciudad que ha olvidado la calma.
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