lunes, 13 de octubre de 2014

Lo calmado de los paquidermos





Un hombre cualquiera aprovecha una soleada tarde de octubre para pasear por el Parque del Buen Retiro, aislándose del enjambre de urbano.



El lugar parece un cementerio de elefantes. "The autumn is here". Los árboles, despojados de hojas y, sobre todo, del imperante verde de los meses previos, dibujan huesudas figuras en un pálido ocre con esencia de marfil. Un banco sirve de descanso en pleno paseo para leer algunos párrafos de "Cien años de Soledad", pero la concentración se dispersa en una cabezada a media tarde. En las profundidades de la siesta improvisada, un ruido de pisadas de los veteranos del club de atletismo, que en la ensoñación son la manada de Jumanji, le devuelven a la consciencia.



La generación de letras de García Márquez son intercambiadas por una bolsa de cacahuetes, que sirven de avituallamiento en el retomado paseo. Sin brújula ni destino, los pasos decididos acaban descubriendo la tumba de Pizarro, un elefante enterrado en pleno parque central, según cuenta la leyenda. Los últimos rayos luchan en su eterna batalla contra la noche, cuando los operarios del parque hacen sonar la sirena de cierre. Será la autosugestión, pero la sirena suena a los barridos de un elefante en la lejanía.



Y así un hombre cualquiera imagina conducir un paquidermo para aminorar el estrés de una ciudad que ha olvidado la calma.

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