miércoles, 14 de febrero de 2024

Lo atornillado de los besos

Un hombre cualquiera se acerca al centro para recorrer el museo del Romanticismo y visitar su decimonónica cafetería.

Los escaparates están repletos de corazones, las floristerías se pintan de rosas y de lilas y una furgoneta de reparto ameniza la mañana con el “love is in the  air”. Ya se siente palpitar el catorce de febrero en los calendarios, que se tiñe de rojo a pesar de ser un miércoles cualquiera. Por la misma acera un joven de pelo rizado, cariacontecido y con un carcaj parece llevar prisa. Se para ante un portal y, tras dudar, llama al telefonillo. Toma aire, mira la placa del despacho de abogados matrimonialistas y accede al edificio.


Su visita es rápida. En menos de 10 minutos vuelve a estar a pie de calle de nuevo. La tristeza le pesa en el rostro y le agacha los hombros. Quizás el carcaj, ahora cargado de flechas devueltas, le empequeñece aún más. El lastre de la carga le impide despegar los pies de los adoquines. Y su figura de arquero medieval despunta en mitad de la calle por las batallas perdidas que lleva a cuestas. Algunas flechas con el culatín roto, otras desplumadas, algún astil cercenado y, también, unas cuantas puntas descabezadas que habían perdido el norte. Unas risas inesperadas le alzan la mirada hasta un balcón. Allí un abrazo y unos arrumacos esbozan la esperanza, el carmín que perfilan ambas bocas se encarna en un beso atornillado. Cupido ilumina su cara con una sonrisa, se deshace de las ruinas en un contenedor y despliega sus alas hasta perderse sobre el tejado del Museo del Romanticismo.


Y así un hombre cualquiera inspirado por la escena, se imagina en el salón de baile del museo abrazado a la soñadora en pijama al ritmo de “Till there was you”.

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