Un hombre cualquiera lee
curioso la ordenanza municipal sobre la eliminación de la tradición parisina de
candar el amor y tirar la llave al Sena.
Según me contó un
conocido de un primo de la vecina de un cerrajero del barrio de la Sorbonne, el
citado cerrajero, Valentín, fue llamado hace unos días al número 1 de
Place de l'Hotel de Ville, porque Anne Hidalgo se había quedado encerrada en su
despacho. El hombre, aunque estaba en el servicio de urgencias de la cerrajería,
se encontraba disfrazado del guarda rural del Municipio libre de Montmartre por
la celebración de la Fiesta de la Vendimia. Ante la urgencia se dirigió
disfrazado a rescatar a la alcaldesa. En menos de 40 minutos realizó su trabajo
y pudo volver a tiempo para el desfile.
Tras la peculiar escena,
un asesor municipal, que se encontraba durante el rescate, encontró una posible
solución para el problema de los candados, sin levantar sospechas; contratar a un cerrajero, ataviado con un
turístico disfraz con calcetines y chanclas, que desmonte, día a día, al Ponts
des Arts de tanto amor. El plan era perfecto, una brigada de simulados turistas
con la maña de MacGiver quitaría todos los cerrojos, uno a uno, promoviendo una
dieta estricta ante los 18.000 kilogramos de candados. Sin embargo, al
trasladar la propuesta al cerrajero, este preguntó ¿y si al quitar los cerrojos
promuevo una epidemia de divorcios y rupturas en la ciudad? ¿Y si un maleficio
recae sobre mi? Ante dichas dudas, el ayuntamiento decidió, unilateralmente,
rescindir el posible contrato y guardar las barandillas con los candados en los
almacenes municipales, disponiendo unos paneles transparentes en su lugar.
Mientras tanto, el Sena siguió atesorando las llaves en un fondo metalizado a
plazo fijo y sin intereses.
Y así un hombre
cualquiera, ante la ordenanza municipal parisina, compra un candado para
remembrar a Relja y Nada sobre el puente de Vrnjacka Banja
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